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Aquí está el sol

    HERE comes the sun do, do, do

    Here comes the sun

    And I say it’s all right

    Little darling, it’s been a long cold

    lonely winter

    Little darling, it seems like years since it’s been here

    AQUÍ está el sol. El real y el metafórico. La gente quiere creer en el final del invierno. Como George Harrison que, si no me equivoco, un día escribió esa letra sencilla y maravillosa: “aquí está el sol, aquí está el sol. Y yo digo que todo va bien. Cariño, ha sido un invierno, largo, frío y solitario. Cariño, parece que llevamos años instalados en él”.

    La canción, compuesta para el álbum Abbey Road en 1969, yo tendría unos siete años, viene ahora como anillo al dedo. Tal vez haya una canción de los Beatles adecuada para cada instante, para cada momento. ¿A quien podría preguntárselo? Conozco gente que hace de sus canciones una liturgia, también las utiliza como guía vital. Por ejemplo, el editor Francisco Castro.

    Así que aquí llega el sol. Aquí está el sol. El final de febrero coincide matemáticamente con cierta relajación de las medidas para protegernos de la pandemia, y no pocos piensan si el deseo de luz y de alegría no se volverá, una vez más, contra nosotros. Pero ¿hay algo más humano que recuperar el tiempo perdido? ¿Hay algo más humano que surcar las calles nuevamente? ¿Podremos combinar el deseo de volver a ser nosotros mismos con el respeto y el cuidado, con la moderación y la precaución, con el amor a los otros?

    He visto florecer las calles con una inocencia tardía de febrero loco. He visto cómo sacábamos del armario la ropa de colores para desprendernos del luto que este tiempo nos ha hecho vestir. Pues en la pasión por la vida y en nuestra indumentaria empieza la liturgia de la nueva y soñada libertad. Hay un caudal de jóvenes inaugurando el año tres meses después, despojándose de los negros jirones del hastío, pero deben saber que nada está dicho, salvo que el sol se atreve a regresar, quizás sin conocer que no será fácil la consagración de la primavera.

    Es hermosa la vuelta, aunque venga cargada de cautelas, sembrada de incertidumbres. Nuestros ritos contemporáneos tal vez no tengan la solemnidad de los de antaño: nos conformamos con el oro de una cerveza. Cuando se levante el velo o el sudario, se verán con más nitidez los destrozos, los restos del naufragio. Hasta hoy ha imperado el silencio de los que han perdido tantas cosas. Por eso impresiona escuchar de nuevo las conversaciones, el ir y venir de gentes que han acudido a la llamada del sol. Por eso existe la ilusión, vana quizás, de que la luz ha regresado.

    El sol nos hará abandonar todo resentimiento, como el sol de la infancia de Camus. Con él nos limpiaremos los restos del dolor, con él calentaremos la tristeza. Nada hay como salir a la calle a pasearnos a cuerpo. Apenas llegando a esta playa, que tal vez no sea aún la deseada, la maquinaria de la política deja oír el ruido hiriente de sus engranajes.

    La alegría que necesitamos no pasa, no debe pasar, por los maniqueísmos ni los debates para la galería. La vida es otra. Deberíamos haberlo aprendido. No podemos tolerar que alguien apague la música que necesitamos. No entremos en el juego engañoso de algo que quizás no pueda hacernos felices. Sí, la vida es otra cosa.

    Pero sabed que aquí está el sol. Ha sido un invierno largo, frío y solitario. Pero aquí está el sol.

    28 feb 2021 / 01:01
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