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Atracción fatal

    si la política madrileña fuese un parque de atracciones –que si no lo es aún, ya no le puede faltar mucho–, los votantes de la presidenta popular, Isabel Díaz Ayuso, serían los más entusiastas de la montaña rusa. Con esta candidata, están acostumbrados a vivir en el vértigo continuo de las subidas y bajadas pronunciadas y constantes, con el riesgo permanente de salir volando en cada curva o de no volver a la verticalidad después de cada inversión. Así de divertida es la vida con esta licenciada en periodismo de aspecto modoso y lengua descarada. Lo que extraña es que el perfil del electorado típico del PP, a priori, no casa con esta manera de entender el mundo, este estar siempre más cerca del más allá que del más acá tan poco conservador, esas acrobacias aéreas en las que uno, por ejemplo, nunca imaginaría a Feijóo, Fraga, Rajoy o Aznar, por citar sólo a cuatro históricos del partido que firmaron mayorías absolutas.

    Tampoco, ni en sueños, seríamos capaces de concebir a ninguno de estos cuatro dirigentes populares llevándose por delante con su coche a un policía local motorizado como lo hizo con premeditación y alevosía otra compañera suya de mayorías absolutas, la aristócrata Esperanza Aguirre. Pero en los últimos años el Madrid del PP se nos está revelando como una versión estéticamente hortera y éticamente mísera de aquel Sitio Distinto que Antón Reixa vendió en clave gallega. Una interpretación iletrada y pendenciera de la política que, aun así, los votantes aplauden.

    Del PP barbie capitalino quedarán para la historia episodios de película como la persecución policial a Aguirre desde la Gran Vía hasta Malasaña (la denominación del lugar de su residencia es mera coincidencia, aunque concuerde con su acción) o el de Cristina Cifuentes dando explicaciones ufológicas de cómo unas cremas cosméticas pudieron llegar a su bolso y un máster universitario, a su currículum. Por el momento, a Ayuso, la morena de estos ángeles de Charlie, hay que reconocerle que no alcanzó todavía semejante grado de peligrosidad legal, aunque también hizo cosas dignas de ser estudiadas por Iker Jiménez en Cuarto Milenio, sobresaliendo entre todas la apertura de un hospital sin personal sanitario adscrito, una enfermedad burocrática que ella remedia con propaganda, aunque tal terapia sea de dudosa prescripción para los contagiados de coronavirus que allí se atienden.

    El día de su inauguración, el propio Pablo Casado, que tiene el don de la oportunidad, preguntó a Ayuso por los quirófanos y esta calló con gesto pícaro porque el Zendal carece de ellos. Según explicó después el consejero de Sanidad, “como otro tipo de hospitales”. Sí, los psiquiátricos, para ser exactos, que visto lo visto serían el decorado perfecto para esta comedia. La presidenta quedó muda porque no había nada que enseñar, pero de la media sonrisa en la que envolvió su silencio se sospechaba lo que podía pensar: “¡Quirófano te voy a dar yo a ti, pánfilo, como arrase en Madrid!”.

    Puede que arrase o puede que haga pasar a los madrileños de la montaña rusa al tren de los horrores, un recorrido oscuro entre calaveras con cara de Rocío Monasterio. Con tanta emoción, ¿quién va a apostar por la semana laboral reducida de Errejón?

    20 abr 2021 / 01:00
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