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¡Ave, Sánchez!

Regresa Antonio Hernando como una rara avis al nido monclovita que Sánchez construyó en su ausencia, y de Antonio Hernando se pueden decir muchas cosas menos que es, precisamente, una rara avis en política. Todo lo contrario, es un ave de lo más común que sólo busca comer en la mano que le tiende los mejores alimentos. Aquella tarde afrancesada del 2 de octubre de 2016 en Ferraz –qué pena que no hubiera un Goya que inmortalizase los ajusticiamientos allí perpetrados–, Antonio Hernando, hasta esa fecha fiel portavoz del sanchismo incipiente, consideró que los platos que le ofrecía Susana Díaz tenían más enjundia que los menús dietéticos que le preparaba su jefe y sin embargo amigo y no tuvo reparos en apuntarse a ellos, previo cambio indispensable de zamarra, que en Andalucía hacía menos frío que en Madrid.

Se dejó llevar por el aroma a salmorejo y Moncloa que exhalaba en aquel momento la presidenta andaluza tras horas sin ducharse en la capital de España y perdió totalmente el sentido de la orientación, como la famosa paloma de Rafael Alberti: “Por ir al norte, fue al sur”.

El palomo Antonio Hernando se equivocaba. “Creyó que el trigo era agua”, pensó que el barco de Sánchez zozobraría en los mares minados por Mariano Rajoy, ante las internadas de las naves ratoneras de Susana la del gran poder, insigne heredera de Andalucía y aspirante breve al laurel español, con el que adobaría los salmorejos que entonces su tropa servía a discreción.

Se equivocaba el palomo Antonio Hernando, ese ave común que se dejó engañar por su estómago. Cansado de las repetitivas raciones de lentejas vegetales de Sánchez, no supo valorar los segundos platos y los postres que cocinaba el futuro presidente que tenía a su lado y prefirió traicionarlo e incluso, para mayor inri, se presentó voluntario para escenificar en la tribuna del Congreso, como el sumo sacerdote parlamentario del PSOE, los votos ofrecidos en sacrificio al PP de Rajoy. Pero ya antes Sánchez, que ese día no ocupó su escaño para no ser testigo de aquella última cena, había advertido a los suyos sobre el Judas: “¿Quién es? Es aquél a quien yo le dé el pedazo de pan que voy a mojar en mi sopa”.

En efecto, el camino a la gloria del actual presidente llevaba impregnado en su doloroso discurrir un olor a profecía bíblica que nada tenía que ver con la fragancia a salmorejo que desprendía la ruta de sus rivales, por donde Hernando, queriendo ascender a lo alto del palomar de los ilustres, descendió a los infiernos. Sánchez lo rescata ahora porque, según reveló Feijóo con respecto al presidente y Cataluña, cree firmemente en la parábola del hijo pródigo y, aunque Cataluña es el hijo que no pretende volver –también según interpretación de Feijóo–, Hernando sí quiere porque en ningún lado se come mejor que en La Moncloa.

Sánchez es un devoto de la parábola del hijo pródigo, tal vez porque durante algún tiempo también a él le tocó interpretar el papel del primogénito que se marcha a conocer mundo. Sin embargo, no es tan fan de la parábola apócrifa del padre pródigo. Cierto que la puso en práctica con Felipe González, pero no con José Blanco, su verdadero padre político –y el de Hernando–, a quien privó de su feliz estancia en Bruselas por haber sucumbido también al perfume de la salmoreja.

A Hernando lo recupera, se justifica el jefe monclovita, porque necesitan a los mejores. Si por el olfato de Hernando fuese, Rajoy aún seguiría gobernando después de echar a los gatos en las generales del 20 las espinas del pescado azul susanista, una vez aprovechada toda su carne.

Pero fue el trasatlántico andaluz el que zozobró y Hernando quien regresa tras cinco años de ave náufraga. Aprendería ya que más vale pájaro en mano que cien volando.

22 oct 2021 / 01:49
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