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Avisados quedáis

    BROMITAS, sí, pero hace más de veinte años que EL CORREO GALLEGO tolera mis posdatas en sus páginas. Los que las hayan leído, por lo menos alguna vez, que por los saludos y replicas que me dan en la calle, sé que son unos cuantos, supongo que se imaginan cuan incómodo está siendo para mi este tiempo que ahora vivimos.

    Saben que estuve implicado en actividades políticas desde tiempos muy mozos. También que desempeñé durante bastantes años, responsabilidades institucionales. Aún fue más largo, aunque no siempre se pudo saber, el tiempo de simple militancia. La política corre por mis venas como mi propia sangre.

    O me corría, ligera, que no sé si ahora se formaron grumos para que lo haga con menos alegría. La verdad es que no sé cual de los dos, la política o yo, hemos cambiado, que siendo lógico que haya sucedido, porque esa es una de las condiciones del paso del tiempo, yo no esperaba que, aun con más calma y menos pasión combatiente, se fuesen ralentizando también mis latidos.

    Sigo pensando que el compromiso político, en cualquiera de las formas que pueda adoptar, es un requisito muy importante, no digo que exclusivo, pero sí que muy importante, de la conformación de la propia condición ciudadana. Algo que eleva al individuo al podio del saber estar en sociedad. De individuo a ciudadano.

    Ya saben en que consiste el progreso material. El económico. Se habla mucho de él. De lo que hablo yo ahora es del progreso social, aquel en el que cada vez hay más personas políticamente comprometidas. Y así como en el progreso material andamos metidos en dificultades, también las hay, y no menos penosas, en el progreso social. Una parte cada vez más amplia de la sociedad española no sólo no está políticamente comprometida, sino que incluso repudia la idea misma del compromiso político.

    Quizá porque la propia política haya dejado de ser una apasionada lucha por la libertad y la mejora social y económica de todos, volviéndose poco más que un rifirrafe de malos vecinos, un yo contra ti y tú contra mí, sin más objetivo, como entre los chulos de barrio, que el de salir uno ganador a costa del perdedor.

    A poca que sea la madurez intelectual de cualquiera, no es de extrañar que no le emocione la cosa. Y que se mantenga ajeno a un compromiso que, inevitablemente, exige mezclarse con esos truhanes. Y decirles que, en política, si hay perdedores, no puede haber ganadores.

    Sin embargo, no hay que rendirse. Por ese sumidero puede irse más de lo que deseamos que se vaya. Si no hacen política los buenos, la harán los malos, que es como ir de mal en peor.

    12 ene 2023 / 01:00
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