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Ayuseros

    POR supuesto que estoy pesando en el debate de las elecciones madrileñas, que sucede justo ahora, mientras escribo. Miro de reojo. Es ese morbo raro, que proviene de haber visto a Ayuso en algunas radios y televisiones en los últimos días (también a los otros candidatos): en la Ser, por ejemplo, que es radio, pero con cámara, estuvo ayer con Ángels Barceló. Más allá de lo que algunos llaman ‘ayuserías’, o ‘ayusismos’, por su peculiaridad comunicativa, más allá de sus seguidores, que podrían denominarse ‘ayuseros’, parafraseando a Arús, lo cierto es que ha logrado hacerse con el eje de la campaña antes de que empezara, siguiendo la vieja estrategia de que la mejor defensa es el ataque, tengas cartas o vayas de farol.

    Más tarde veré el debate, como si fuera ‘El día después’. Las elecciones de Madrid pueden no ser tan importantes en clave nacional, aunque se insista en ello todo el tiempo, hasta el hartazgo, pero disparan el morbo mediático, algo que Ayuso trabaja con desparpajo. Ni siquiera creo que dependa mucho de los gurús, sino que simplemente es su tono, su movida, su performance, tenga deslices o no los tenga. Le va bien así, o eso dicen las encuestas.

    Todo esto sucede en medio de la pandemia y de cierta confusión. Conviene recordar cómo hemos llegado hasta aquí. Con mucho ruido y furia. Cuando en Murcia se habló de una moción, Ayuso se imaginó un futuro inmediato que no le gustaba demasiado, convocó elecciones en una tarde y empezó de cero. Ahora defiende la posibilidad de tener un gobierno sobre siete millones de habitantes quitándose rivales por el camino: Ciudadanos apareció pronto como la víctima propiciatoria.

    Vio el momento de jugar a lo grande, y hasta Casado admiró el requiebro electoral, pero, aunque se augura su victoria, no parece que pueda ser en solitario. Los peajes que imponen coaliciones y pactos son habituales en política, a nadie sorprenden, y la izquierda, aún esperanzada, ve en la naturaleza de ese pacto de futuro quizás la mayor vulnerabilidad de Ayuso.

    Pero, como en el fútbol, uno sólo se presenta para ganar. Eso habrán dicho ayer los candidatos, entre los que hay, no se olvide, un ex vicepresidente del gobierno que modificó el guion a última hora para participar en la batalla de Madrid, ante la sorpresa de unos cuantos. Sabe que la tarea es ciclópea, pero al parecer se trata de un asunto más doméstico: apuntalar la representación del partido. Con todo, habrá disfrutado con el regreso a la refriega de los debates, su territorio favorito. Mucho más en el paisaje madrileño, en el que se combinan factores muy mediáticos, donde no faltan cataratas de morbo.

    El síntoma más claro de que Ayuso ha logrado hacerse no sólo con las encuestas, sino con el tono que sus votantes al parecer celebran tanto en ella, reside en el hecho de que Sánchez se haya involucrado personalmente en la campaña. No creo que esa decisión implique una rebaja en la valoración de su candidato, tampoco una especie de suplantación escénica o mediática.

    Pero sabe que se juegan ahí algunas cosas y por eso ha entrado al trapo, aunque no se sabe con qué suerte. Gabilondo, el último ganador, tiene el cartel indiscutible de hombre sensato y de hombre tranquilo, algo que, dadas las circunstancias actuales, con tanto ruido y tanta furia, ya no sabe uno si puede funcionar. Volverá la metafísica y la filosofía, pero el personal anda penando por las calles a la búsqueda de bares y bocatas de calamares. Este país casi siempre se ha ganado en los bares. Reconozcámoslo.

    22 abr 2021 / 01:00
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