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Benedicto, a la sombra de otro papa

SOLO el tiempo redimensionará su obra, su legado y sobre todo, su profundo sentido de Iglesia y de la fe. Le tocó vivir un papado de transición entre el gigante Wojtyla, arrollador sobre todo en las dos primeras décadas de su papado y con un final debilitado no solo por una frágil salud sino también por las tensiones internas de la Iglesia. Ratzinger, injustamente criticado en no pocas ocasiones, no lo tuvo fácil. Probablemente ha sido uno de los papas más intelectuales que se ha conocido en los últimos siglos, humanista, teólogo, erudito, con una clarividencia de pensamiento y un discurso de una finura humana, teológica y religiosa, que ha trascendido a la sociedad, la política, la moral, etc.

Tras la muerte de Juan Pablo II y sobre todo tras aquella homilía en su funeral pocos dudaban que sería electo. Con los años trascendió que en aquel cónclave un argentino ya tuvo muchos votos. No se cansó en dar un paso valiente y decidido para aplacar escándalos y las enromes dificultades que atraviesa la iglesia y sobre todo una comunidad cristiana distante y dividida en una bipolaridad entre tradicionalismo y progresismo que quizá significa más de lo que muchos quieren, y que golpea y atribula.

Él mismo se refirió en alguna ocasión a estar rodeados de lobos. Comprender a Benedicto es conocer a Ratzinger. Un Ratzinger que fue muy firme como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe. Uno de los Dicasterios clave del Vaticano y en el que estuvo casi un cuarto de siglo hasta ser elegido papa.

Para la historia muchos gestos, muchos actos, muchas decisiones, encíclicas de una profundidad tan plausible como su sencillez de escritura e inteligibilidad por todos, lo cuál es una extraordinaria virtud del teólogo más que pastor que fue. Pero si uno nos llama la atención, y no es precisamente el de su renuncia, que con los años fue comprendida y ensalzada por todos, pese a que muchos quisieron jugar a una tensión o juego de poderes en la sombra que nunca hubo y donde se demostró una vez más, la profunda humildad cristiana y humana de Ratzinger, fue su discurso en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006.

Un discurso que se sacarían algunas de sus frases fuera de contexto como tanto gusta a polemistas demagógicos, pero en el que se plasmó a la perfección una serie de reflexiones del pontífice sobre el encuentro entre la fe y la razón tras la llegada del cristianismo al contexto de la filosofía griega. En aquellas palabras el papa glosó el diálogo entre un emperador bizantino y un persa sobre el cristianismo y el islam. El resto fue polémica, interesada y absurda. Pero donde se demostró el torrente de cultura y formación del viejo cardenal de Munich, y una de las voces jóvenes del Concilio que el Papa Bueno, Juan, llevó adelante a comienzos de los sesenta y donde dos jóvenes teólogos alemanes (el primero nacido en Suiza) brillaron, Hans Küng y Joseph Ratzinger, ambos apenas en la treintena.

Si bien en 2005 cuando fue elegido papa su elección no fue motivo de un entusiasmo desbordante, sobre todo, tras la sorpresa de Wojtyla y aquél “non avete paura”, el tiempo y la forma de llevar adelante su pontificado nos dejaron un Ratzinger profundamente humano, filosófico, con un amor desbordante por la Iglesia, preocupado por los problemas sociales y de la familia, profundamente europeísta y que dio un paso firme ante la pederastia y los abusos de la Iglesia siempre silenciados.

Para el recuerdo otra imagen y unas palabras que nos llegaron a todos al corazón, un papa alemán entra y camina solo en uno de los campos del horror, Auschwitz, y pronuncia aquellas palabras interrogativas: “¿Por qué Señor, permaneciste callado?, ¿cómo pudiste tolerar todo esto?”.

No fue indiferente a la violencia, ni a la guerra, ni al relativismo moral que nos desola y divide como ciudadanos y como sociedad. Leal a su credo, a su iglesia, a sus papas, nos deja probablemente un segundo papa de transición que no lo tuvo fácil en ningún momento y que quizá nadie mejor que él tuvo el coraje, el liderazgo y la fuerza para suceder a Juan Pablo II. El tiempo y las desilusiones y la enorme “soledad” de los papas, en medio de guerras de poder hicieron el resto y aquella renuncia.

03 ene 2023 / 01:00
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