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Burocracia, volver a Larra

    QUIENES por la obligada fuerza mayor del imperio de la ley se vean inmersos en la vorágine de trámites administrativos, ya sean licencias, permisos o similares, percibirán muy pronto la sensación, a medida que la maraña burocrática les va envolviendo, de estar caminando hacia el interior de una ciénaga de arenas movedizas en las que la salida se antoja a cada paso más difícil.

    A la indeterminación –cuando no contradicción– de los enunciados respecto de un derecho que el administrado solicita y que acostumbran a adornar los impresos oficiales destinados a la pertinente solicitud o reclamación se suma ahora la recomendada gestión on-line en lo que no se sabe qué es peor, si el desafortunado diseño de las plantillas que hacen de difícil digestión entender lo que solicitan o las evidentes lagunas y caídas de los correspondientes sistemas digitales, dicen que hijos de tantos padres como oportunistas vendedores del mágico crecepelo pasaron por las salas de contratación, en este caso de la Administración autonómica, con esa chave 365 capaz de cerrar el paso a cuanto suene a sentido común. Que esta exigencia digital sea la única vía de interlocución con la consellería de Medio Rural, justo la última que debiera optar por esta nueva modalidad en razón del evidente analfabetismo digital de la mayor parte de sus administrados, demuestra hasta qué punto en la Administración gallega la descoordinación y el meritaje de lo absurdo alumbra los goyescos monstruos de la razón.

    Como, por otra parte, la incontrolada fiebre legislativa se pergeña en los bien acomodados despachos del laberíntico caserón del Hórreo santiagués pero lejos de la realidad a la que pretenden dar cobertura, se obvia que toda ley genérica es incapaz de abarcar la multiplicidad de casuísticas que se dan en la realidad que el texto quiere regular, del mismo modo que tampoco se avanza en la racionalización y simplificación de una burocracia que debiera hacerse cada vez más ligera, comprensible y diáfana. Vicio que se ve acentuado por la tendencia a la oficinización en vez de potenciar las efectivas inspecciones in situ. Ejemplo de cuanto se dice es que una consellería solicite del administrado una certificación de otro departamento al que, una vez conseguida, se le remitirá esa misma documentación para que la ratifique. Algo que resolvería un simple cotejo en mapas oficiales de la oportuna referencia catastral.

    En 1833, hace pronto dos siglos, cuando Mariano José de Larra llevó a la satírica revista El Pobrecito Hablador su recordado “vuelva usted mañana” eran la inercia y la pereza de un funcionariado carpetovetónico las que hacían imposible el progreso y dinamismo de la economía del país frente a lo que ocurría del otro lado de los Pirineos. Hoy, dos siglos por medio, es la hipertrofiada burocracia –El Gobierno de Pedro Sánchez se jacta de haber incrementado la contratación pública, buena parte de ella de ociosa funcionalidad, en un 73% por encima de su predecesor Rajoy– y el hiperreglamentarismo los que actúan como efectivos diques de contención de ese mismo ansiado progreso. Ahora, además, con el surgimiento de nuevas iniciativas privadas centradas en la especialización de gestión con la variopinta administración, en toda una demostración de una economía ociosa, improductiva y frustrante.

    Nada de esto, sin embargo, pudo escucharse en el reciente Debate del Estado de la Autonomía, tan alejado de la Galicia real.

    18 oct 2021 / 01:00
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