Carlos Oroza, en el año de su centenario

Se cumplirá el próximo mes de mayo el centenario del nacimiento del poeta Carlos Oroza ( Viveiro, 1923- Vigo, 2015 ) y habrá actos en su honor que devolverán al presente el acceso a su personalidad, a su obra, a los resultados de su estudio, al conocimiento de quien fue uno de los grandes e indefinibles poetas de la segunda década del pasado siglo. Esperamos, en tanto, el regalo de todos esos recuerdos, la afloración de su realidad, de una existencia nada común, definida y adoptada con total convicción. Oroza pasó los últimos años en Vigo, por propio deseo; la ciudad era la casa en la que habitaba, nutriéndose de la luz y el aire, de la contemplación, con la primordial y absoluta compañía de la poesía, expresión máxima de libertad; única compañera de un viaje, que haría sin equipaje alguno, reduciendo su vida a la mínima expresión material. Durante mas de tres décadas formó parte del paisaje urbano de la ciudad, presente en sus calles, paseando en solitario, en contacto con amigos protectores, entre ellos se encontraban Roman Pereiro y Malena Lepina; ellos fueron quienes presentaron a Oroza en la primera edición de “Baiona Horizonte Atlántico”, una acción que se desarrollaba cada verano en los jardines de su casa en Baiona y que tendría continuidad en los años siguientes; en ella arte y literatura, se mostraban en un único escenario; por entonces, Oroza también frecuentaba la taberna de Eligio y ofrecía a quien él quería el regalo de la palabra, del verso, de la opinión, siempre a contracorriente. Vivía intensamente el presente, jamas hablaba del pasado; no evocaba hechos anteriores, solamente el día a día, y la poesía constituían su mundo; así con hermetismo iría construyendo una burbuja a su medida. Nunca supimos por él mismo, de sus experiencias y aportaciones a la cultura underground de los años sesenta, ni de su importancia como poeta de una generación marcada por la cultura beat, por la conquista de nuevos mundos para la poesía, ni de aspectos relativos a su vida personal. Por el contrario, si conocíamos sus opiniones y gustos o la inclinación hacia la obra de ciertos poetas, artistas o cineastas, a los que no ubicaba en su época, y les otorgaba el afecto de la cercanía y la familiaridad; daba a conocer sus intereses, siempre contrarios a la vulgaridad que hallaba en parte de una sociedad instalada en la comodidad. Manifestaba su sintonía con los principios del surrealismo poético, con Rimbaud y especialmente con el Lorca de “ Poeta en Nueva York”. Mantuvo aquellas normas que habían estado vigentes en los primeros años de su juventud y que afirmaron las suyas; las palabras puedan trastocarse en otras o los significados pueden ser contrarios a lo que expresan y se conoce. En los años sesenta participó de la poesía de Allen Ginsberg, vivió en la Ibiza y Formentera hippie, conformó con su actitud creativa los ambientes culturales de vanguardia de Madrid en los años setenta; sus obras se publicaron, escasamente en forma de libros. Recordemos “ Elencar” ( 1974) que incluía un poema visivo de Ignacio Gómez de Liaño y una partitura musical de B. Morilla, editado por “ Tres, catorce, diecisiete”. Sin embargo, la mayor parte de su obra quedó en el aire, sin publicar, ajustada a su especial forma de comunicar y transmitir.

Para Oroza era fundamental que su poesía se mantuviese viva al calor de su voz, que tuviese ritmo; y en ese marco esencial para la comunicación, buscó siempre la ocasión para la narración directa, mas allá de la palabras sobre el papel, soporte para él insuficiente, pues sus poemas no son estáticos, están en constante transformación y por ello necesitan de otros ámbitos vitales. Finalmente daría el consentimiento para la publicación “ Évame” ( Editorial Elvira, 2015 ), un compendio de su obra que prologó el escritor catalán Pere Gimferrer, uno de sus grandes defensores, y para quien Oroza supone a la vez “ la presencia y la impresencia mas sorprendente de la poesía española”