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Catástrofes ecológicas, nunca máis

ENTRE las catástrofes ecológicas más importantes ocurridas en España, cabe destacar: la rotura de la balsa de residuos de la mina de Aznalcóllar (Sevilla) en el año 1998, se derramaron 56 millones de m3 de desechos tóxicos, que corrieron por el cauce de los ríos Agrio y Guadiamar y llegaron hasta las puertas del parque nacional de Doñana, se vieron afectadas cerca de 4.600 Ha; el derrame de 700.000 m3 de residuos tóxicos y radiactivos a lo largo de un siglo, vertidos por la planta de Ercros en el embalse de Flix (Tarragona), situado en el río Ebro; el incendio en el monte Dos Aguas (Valencia) en el 2012; el vertido de residuos mineros provenientes del tratamiento de minerales extraídos de la Sierra Minera de Cartagena en la bahía de Portmán (La Unión-Murcia) desde el 1957 hasta 1991; y la catástrofe ecológica del Prestige en el 2002.

Hace algo más de dos décadas, el petrolero griego Prestige, con una carga de 77.000 Tm de fuel-oil pesado, sufrió un accidente a causa de una tormenta frente a la Costa da Morte, y a 246 km de Fisterra se partió en dos, y ambas partes se hundieron a 3.600 m de profundidad, y como consecuencia de ello, se derramaron unas 63.000 Tm de petróleo, provocando una de las catástrofes ecológicas más grandes de la historia de la navegación y de las más graves ocurridas en España, si tenemos en cuenta la cantidad de contaminantes liberados y la enorme extensión del área afectada, 2.980 km de litoral costero, desde la desembocadura del río Miño en el norte de Portugal hasta el sudoeste de Francia, en las Landas francesas, si bien Galicia se llevó la peor parte. Se contaminaron 1.137 playas españolas, portuguesas y francesas, afectando a la fauna marina, más de 200.000 aves marinas murieron a causa de ello, además del enorme impacto económico causado.

Se puso de relieve la actitud heroica de las gentes de la zona (pescadores, trabajadores), y la solidaridad de la marea blanca de voluntarios (56.000 personas procedentes de muy diversos lugares del planeta se trasladaron a Galicia), que, enfundados con trajes blancos, guantes y mascarillas, unieron esfuerzos para retirar con sus propias manos, el chapapote que cubría la costa gallega y sus playas. Mientras la respuesta de la sociedad civil ha sido digna de elogio, la gestión de la crisis por parte de los gobiernos central y gallego de aquel momento ha dejado mucho que desear, y ahí me quedo.

La Costa da Morte ha sido siempre uno de los puntos estratégicos más transitados de las rutas intercontinentales y a su vez más peligrosos para la navegación, registrándose en el último siglo más de 150 siniestros de embarcaciones hundidas, si bien desde 1957 se produjeron ocho accidentes marítimos relevantes. Una concausa de factores: incremento del tráfico marítimo, abundantes accidentes geográficos del litoral gallego, condiciones climáticas adversas (espesas nieblas, vientos del oeste y tempestades), se han puesto de acuerdo para provocar una verdadera epidemia de naufragios.

Tanta tragedia ha sido el motivo de que Finis Terrae (los romanos la consideraban por aquel entonces el fin del mundo) pasara a renombrarse la Costa da Morte (en los acantilados, las cruces resplandecen con la luz del atardecer que las ilumina, en recuerdo a las personas fallecidas y a los desaparecidos).

La Costa da Morte, ha sabido sobreponerse a los innumerables episodios de naufragios de barcos y catástrofes ecológicas, gracias al valor y a la heroicidad de sus gentes, que han demostrado una dignidad que merece reconocimiento y recompensa. Es preciso que los gobiernos adopten las medidas oportunas para que hechos como este no vuelvan a repetirse NUNCA MÁIS.

12 ene 2023 / 01:00
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