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Ciudadanos en la UCI

    NO por más esperado el batacazo electoral recibido por Ciudadanos en las recientes elecciones del 14-F resulta menos duro. Artífice de una victoria histórica para el constitucionalismo en 2017 vio disolverse, como azucarillo en las aguas electorales catalanas, su remanente de capital político luego de la derrota el 10-N.

    Su reducción a 10 diputados no tendría por qué haber supuesto, en principio, una condena. Partidos con menos peso han usado la fragmentación política a su favor.

    Sin embargo, el cambio de Albert Rivera por Inés Arrimadas supuso la transposición del hiperliderazgo del primero a hombros femeninos, reforzándonse en ella características como el centralismo, el control sin contrapesos internos y una incapacidad para la consolidación orgánica que contravienen –curiosamente– buena parte de lo que la literatura académica reclama como propio del liderazgo ejercido por las mujeres.

    ¿El resultado? Una estrategia política expresada en el apoyo a sucesivos estados de alarma que, salvo protagonismo en los medios, no obtuvo nada recordable. La guinda del pastel fue el espaldarazo al justificado por el Gobierno para enfrentar la segunda ola, de seis meses de duración, contribuyendo a que el Congreso se atara a la espalda uno de sus brazos, el del control del ejecutivo.

    Tal auxilio, desde un partido que postula una regeneración democrática para la que es condición la efectiva separación de poderes, no deja de resultar sorprendente. Supone, visto desde las esencias de un partido que se reclama liberal, mudar parte de la propia piel por el camino.

    Las primeras reacciones de Inés Arrimadas, alejadas de todo ánimo rectificatorio luego de la pérdida de 30 diputados y casi el millón de los votos obtenidos hace cuatro años, han generado la demanda por una nueva refundación. La sangría de votos viene antecedida por la de afiliados, así como por la deserción vía goteo de cargos institucionales.

    En este último aspecto Galicia, que orbita en dicho partido en clave claramente menguante, ha sido noticia en días pasados por la marcha de cinco de los nueve ediles que el partido tenía en Ourense.

    El laberinto en el que se encuentra la formación naranja, con un daño de marca que algunos ven como irreversible, no es para alegrarse. España vive las peores horas de su historia reciente por obra del COVID-19 mientras asiste a un frentismo avivado por el Gobierno de coalición y que los resultados del 14-F revalidan.

    Todo ello ocurre mientras la oportunidad histórica que suponen los fondos para la recuperación que llegarán de Europa podrían no surtir los efectos esperados. Así lo anticipan voces informadas, quienes advierten que al sistema político le falta esa capacidad de acuerdos de amplia base y duración que dan coherencia en el tiempo.

    La ausencia de formaciones con relativo prestigio que trabajen por introducir una lógica de acuerdos pragmáticos en la vida política, aún con todo objetivamente en contra, lleva a lamentar de la situación que aflige a Ciudadanos una cosa: la desnaturalización progresiva, tanto en clave identitaria como orgánica, de una idea nacida hace poco más de quince años y que mantiene toda su vigencia.

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