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Con Héctor Abad Faciolince

    BASTANTE temprano me encontré en A Coruña con Héctor Abad Faciolince. El escritor colombiano había llegado el jueves para los eventos literarios y formativos de Javier Pintor, ya saben, y, aunque no estoy acostumbrado a entrevistar muy de mañana (esa niebla matutina, tan del periodismo), allá me fui de cabeza. Era mi tercer intento con Faciolince, porque en sus visitas anteriores (ha venido a Galicia varias veces, una a Santiago, donde espera volver pronto, me dice) siempre se me había presentado algún imponderable. O estaba de viaje o la agenda no me cuadraba, por más que, por ocasiones así, hago cualquier cosa por cuadrarla.

    Héctor Abad Faciolince me regaló respuestas largas y delicadas, minuciosamente trenzadas, como si no estuviera a punto de salir hacia el aeropuerto. Era yo quien miraba el reloj, preocupado, no él. Un día de estos se lo transcribiré todo a ustedes con detalle, pero no he podido dejar de dedicar esta nota urgente de hoy a tan fantástico encuentro. Héctor Abad Faciolince (necesito poner su nombre completo, pues sin una sola de sus partes siento que el nombre deja de funcionar de la misma manera) vive parte del año en Madrid. “Cuando el tiempo es más benigno, cuando mejor se está”, me dice. Logró la nacionalidad y ahora anda con un pie a cada lado del océano, lo cual no ha sido inhabitual para tantos y tantos escritores.

    Colombia es un fascinante laboratorio literario, un lugar de genios, le digo. Hay un ir y venir de la literatura, con las comunicaciones de hoy, un flujo de ultramar que en realidad se inició hace muchos años, cuando Barcelona albergó a los grandes del boom, y por supuesto París, y cosas así. Ahora es lo habitual. Héctor Abad Faciolince, además, tiene su gran lado italiano. Su época de estudios en Turín, que le llevó a conocer toda la belleza y el arte, que su padre amaba. “Tuve suerte, viví en el país más bello del mundo”, me dice, al hablar de Italia. De allí es la madre de sus hijos, y de allí algunos de sus autores favoritos, que menciona en la charla: Ítalo Calvino, Umberto Eco. Italia inspiró su literatura primera pero cuando hablamos de Faciolince (de pronto Faciolince funciona en solitario) pensamos, claro, en El olvido que seremos, como obra cumbre, “como esa obra”, me dice “que yo debía escribir, que yo tenía que escribir”. Casi veinte años después del asesinato de su padre, Héctor Abad Faciolince escribió el libro que sabía que tenía que escribir.

    Pero hoy, tan de mañana, estamos aquí por otro libro. Acaba de publicar Salvo mi corazón, todo está bien, otra novela poderosa. También cercana a gente que conoció, y profundamente cervantina. Héctor Abad Faciolince se sonríe: “no hay mayor halago”. Es cervantina porque el protagonista, el cura Luis Córdoba, reúne en sí mismo a Don Quijote y a Sancho. Los sueños idealistas y el amor por la buena comida (y el cine). Luis Córdoba, apodado El Gordo (lo era), debe mudarse a un habitáculo de planta baja, pues su insuficiencia cardiaca no le permite subir escaleras. Lo hace a una casa donde viven dos mujeres, una de ellas separada, y sus hijos, mientras El Gordo espera por un corazón compatible para un trasplante. Y ahí comienza todo. Ahí entramos en los misterios de la vida. Ahí, también, el quijotesco viaje de Luis Córdoba. Magistral y cervantina novela.

    “Yo soy muy optimista, me enseñaron a ser así”, me dice. “¿Y Faciolince? Yo pagaría por apellido así, le digo”. “Yo creo que es inventado”, responde, ya de camino al avión.

    26 nov 2022 / 01:00
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