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martes, 23 abril 2024
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Con Valle Inclán en su intimidad

    A Ramón María del Valle Inclán lo podemos encontrar, hecho escultura, por los más variados lugares. Desde las alturas de A Curota contempla a esa Ría de Arousa que lo lleva a la infancia y, por lo tanto, a sus orígenes. También está, por supuesto, en la Vilanova de Arousa natal, en este caso sentado. Y lo hallamos, ahora caminante , en A Pobra do Caramiñal, en donde un museo, dedicado a él, lo rememora. Igualmente esa Pontevedra de sus años jóvenes lo plasmó en una obra que lo hace transitar por la Plaza de Mendez Núñez. Y, ya en Madrid, en donde pasa una buena parte de su vida, vuelve a estar, ahora en el Paseo de Recoletos. Su vida acabó en Compostela, en donde lo puede ver quien pierda sus pasos por La Alameda, sentado en un banco cualquiera, extasiado, mirando hacia la Catedral; en tanto, un texto suyo, al otro lado de este mismo paseo, alude a la “Rosa Mística de Piedra” desde las páginas de La Lampara Maravillosa.

    Ahora, por medio de una exposición - Valle Inclán íntimo, abierta hasta finales de marzo en el colegio de Fonseca, de la Universidad de Santiago-, sus comisarios - José Manuel López Vázquez, Margarita Santos Zas y Javier del Valle-Inclán Alsina- plantean un discurso que nos invita a adentrarnos en la intimidad del escritor. Lo hacen abordando, de forma sucesiva, los siguientes temas: Las Poéticas de las Artes Plásticas como telón de fondo; La aportación española del 98: “La España Blanca y la España Negra”; Máscaras de Ficción; La creación de un personaje; Vanitas; El Rostro/ Gesto único de la muerte. Se trata de una guionización sostenida por la aportación plástica – esculturas, pinturas, dibujos...- pero enriquecida, como no podía ser de otro modo, por textos, y obras, de Valle. Se cuenta, además, con escritos de otros autores que nos aproximan al mismo.

    Esta muestra no sería posible si, en ella, sus sucesores no hubiesen tenido una participación muy activa y generosa. Desde la capa y el bastón, o las lentes, hasta los reconocimientos recibidos y sugestivas notas, corrigiendo pruebas de un libro cualquiera, están ahí, al igual que parte del mobiliario de su vivienda madrileña, creándose, con todo ello, la ambientación debida. En este sentido lo más logrado está en la sacristía. Su cuerpo ya no está, pero al que cabe imaginar por la presencia de su Mascarilla mortuoria -en bronce, obra de Francisco Asorey-, tiene, a sus pies, una flor de camelia, aquella que un familiar recogió, al día siguiente, sobre el lugar en el que había sido enterrado.

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