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Corren malos tiempos para la política

    TODAS las estancias que yo he tenido en la política estuvieron animadas por la ilusión, con una mezcla de deseo y confianza, teniendo fe en que se podía conseguir lo que se quería, casi sólo con sostener el compromiso. Con esas armas tan limpias, milité en la clandestinidad antifranquista, me enrolé entre siglas antes incluso de que fuesen legalizados los partidos y luego, acepté formar parte de sus listas electorales. En estas últimas estaba cuando accedí a ocupar un escaño en el Senado durante catorce años, que fueron cuatro legislaturas, desde una candidatura socialista.

    Durante todo ese tiempo hubo momentos buenos, regulares y malos. Pero, en su conjunto, fue una experiencia extraordinaria, que sólo abandoné cuando tuve la sensación de mi propio oficio, el de profesor de la USC, podría resultar dañado por tanta ausencia. Cuando creí que había llegado un momento en el que tenía que decidir entre la política y la universidad, elegí la universidad.

    No oculto que esa libertad de decisión de la que hago muestra estaba avalada por el hecho de que, mientras estaba en la política, también era funcionario público, en excedencia, sí, pero con mi plaza reservada, es decir: podía ir o venir según me conviniese o gustase. Puedo decirlo de otra manera: no necesitaba la política para vivir. O aún de otra más: si me gustaba como iban las cosas, podía seguir en la política, y si no, no. Y mientras la política resultaba ilusionante, seguí en ella, y cuando dejé de sentir ese ánimo, me vine a casa.

    ¿Que por qué les cuento todo esto?, que algunos de ustedes ya conocen. Pues porque hoy en día, tal y como va todo esto, creo que a aquel profesor de la Universidad de Santiago de Compostela ya no le ilusionaría reasumir un compromiso político de la intensidad, también personal y familiar, que entonces asumí, y del que me siento sinceramente satisfecho. Hasta diría que orgulloso, si no fuese altisonante. Déjenme que les diga, eso sí, que creo haber cumplido mi deber cívico. Y eso me basta.

    Y por todo eso me duele enormemente que la política, de entonces a hoy, incluyendo las relaciones personales entre los propios políticos y los valores de respeto mutuo entre ellos y ante los ciudadanos, se haya deteriorado de tal modo que vuelven a verse en el campo bandos embebidos de odio y desprecio. Esto no es bueno para el país. España lo pagará caro. Y por lo menos, conmigo que no cuenten. Quizá ya no se pueda vivir sólo de memoria, pero quizá tampoco sea posible lograrlo con el espíritu pervertido que hoy se muestra.

    09 sep 2021 / 01:00
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