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Covid, mejor con gaseosa

    EN los dos años de presencia del covid-19 tres verdades pueden sacarse cual axiomas que no precisan de mayores constataciones: 1.- La prevalencia de la defensa de la salud por encima de cualquier otra consideración. 2.- La necesidad de extremar al máximo las medidas restrictivas que aquella primera exigencia impone, de modo que no se añadan las fatales consecuencias conculcatorias de derechos o economías individuales. Y 3.- Que resulta ocioso, por inoperativo, querer derribar los aviones a reacción del virus de la pandemia con las pedradas de las ocurrencias políticas, casi siempre tan ineficaces como contradictorias entre sí.

    Sin llegar a la categoría de verdades tan primarias como las antedichas, la pandemia deja tras de sí otra larga serie de constataciones entre las que el cronista apunta las más elementales: A.- La pandemia hizo aflorar a la luz más expertos en virología e inmunología que el propio número de contaminados por el letal virus. B.- Cada supuesto experto se apunta a las teorías más peregrinas sin aportar la elemental constatación de un dato que garanta una mínima fiabilidad en sus pronósticos. C.- Todo ello es consecuencia de un virus no debidamente estudiado, lo que obliga –aun lo sigue haciendo– a un tan apresurado como incierto trabajo de prueba-error que no pocas veces lleva a desandar las pretendidas evidencias científicas del día anterior. Y D.- Que esos ensayos nos muestran que hay más de un camino para atajar tan grave problema.

    Por lo que hace a España, es en este totum revolutum en el que la inoperatividad de lo que llamamos Gobierno central –todo un oxímoron en su propia definición, llamar Gobierno a quien no gobierna– otorga protagonismo a los reinos de taifas autonómicos, que se erigen en tan pretenciosos como erráticos gobierno sustitutorios, bien que en la mayoría de los casos con la insultante complacencia de fiscalía y tribunales de Justicia, amancebados en ese mismo propósito de abatir el supersónico virus con hondas lanzapiedras.

    Buen ejemplo de todo ello fue esta segunda y anómala celebración de fin de año, con la mitad de España poco menos que con el cerrojo echado y las libertades individuales puestas en cuarentena frente a la otra media de bares abiertos y libre albedrío. Cada lector podrá opinar sobre cuál de las dos fórmulas se le antoja más convincente, por más que ambas estén ayunas del mínimo aval científico. Lo que, en todo caso, debiera no olvidarse nunca es el sabio y evidenciado consejo de que los experimentos..., con gaseosa.

    Y restringir absurdamente libertades individuales, amenazas intimidatorias en la persistente criminalización de la hostelería, remitir a la no menor pandemia de una burocracia asfixiante, entre otras no menos atrabiliarias decisiones, como se hizo en Galicia, ni garantizan menos contagios ni debieran adoptarse sin pensar en las fatales consecuencias que supondrán en las haciendas y libertades, que también son vida. Que se adornen con el chascarrillo del toque de no queda añade un innecesario aporte de provocadora chanza a un tema demasiado serio.

    03 ene 2022 / 01:00
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