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Cretinismo como sistema

La historia permite comprender el presente y retroceder en el tiempo, llegando a los orígenes. Gracias a ella podremos explicar cómo el cretinismo ha llegado a ser una forma de pensamiento, hoy casi dominante. Deberemos remontarnos al segundo milenio a.C., a la Edad del Bronce, cuando florecieron en el Mediterráneo grandes culturas, siendo una de las más destacadas la llamada cultura minoica de la isla de Creta, que abarca desde mediados del segundo milenio hasta unos siglos antes de su fin.

Esta cultura fue así bautizada por ser el rey Minos, el soberano de Creta según la mitología griega, pero sus protagonistas reales fueron las gentes que allí vivieron, a los que debemos denominar cretinos. Puesto que, si los habitantes del Lacio eran los latinos, los de Creta deben ser los cretinos, de acuerdo con las reglas del sistema de pensamiento cretino que predomina hoy en día. El rey Minos fue famoso como legislador y como juez, aunque habría que matizar un poco las cosas, porque en realidad cada nueve años se recluía en una cueva en la que Zeus le daba las leyes, junto con sus novedades y disposiciones transitorias, de las que luego él, como buen plagiario, se atribuía la autoría. Como se puede ver, este es uno de los rasgos del liderazgo político que ha llegado a la actualidad. Su sabiduría como juez se extendía hasta los infiernos, en los que juzgaba a los difuntos, que podían ser condenados a cualquier pena que no fuese la de muerte.

Los cretinos del rey Minos fueron un pueblo muy próspero, y de ello dan testimonio los restos de sus palacios, sus artes, su gran marina y su capacidad de extensión por el Mediterráneo, así como su escritura y sus sistema fiscales y de contabilidad. Pero el prestigio de los cretinos tuvo también sus sombras, porque sus sucesores, los griegos, los consideraban un pueblo mentiroso por antonomasia. Hasta tal punto que en la filosofía se formuló la paradoja de Epiménides en honor de este filósofo cretino.

La paradoja dice así: Todos los cretenses son mentirosos. Epiménides es cretense. Luego Epiménides es un mentiroso.

Pero ¡claro!, si Epiménides dice que está mintiendo, ¿miente o está diciendo la verdad? Como es cretino tiene que mentir, pero si dice que está mintiendo estaría diciendo la verdad, lo que no puede ser porque los cretinos siempre mienten. Esta paradoja no tuvo solución hasta que llegó Bertrand Russell, un filósofo y matemático de extraordinaria inteligencia, autor junto con su amigo A.N. Whitehead de los Principia matematica, un libro tan grande que tuvieron que llevar el manuscrito a la imprenta en una carretilla. La solución fue establecer la distinción entre lenguaje y metalenguaje, pero esto no es una cosa de la que hablar el día de Nochevieja.

Pero los cretinos de Minos no solo eran mentirosos, sino además ladrones, porque su montañosa isla, de costas escarpadas, fue refugio de piratas hasta que Julio César puso fin a la piratería mediterránea. Así pues, podemos definir a los cretinos como un pueblo rico, de sabios legisladores y jueces, que a su vez mienten y se dedican a la piratería, y que habrían creado un sistema filosófico conocido como cretinismo. Antes y ahora.

¿Pudo haber llegado el cretinismo a la península Ibérica en el segundo milenio? Los datos de la historia, y las costumbres en común- como las corridas de toros de los cretinos e hispanos- así lo avalan, porque los contactos marítimos de los minoicos se extendieron por Asia Menor, Chipre, Siria, Palestina, Egipto y por el Mediterráneo Occidental, en Sicilia, Italia, Cerdeña y las islas Baleares, que son las que nos importan.

Fueron conocidas estas islas, como Gymnesias, por ir sus habitante ligeros de ropa, como ocurre ahora en verano. Pero la fama que tuvieron era un poco negativa, como podemos ver en este párrafo de Diodoro Sículo (V, 18): “los baleares tienen una estrambótica costumbre, a la hora de celebrar las bodas, porque en ellas parientes y amigos se acuestan con la novia por turnos. Primero los más viejos, luego los siguientes por orden de edad, y por último lo hace el novio”. No dice Diodoro, que da credibilidad a este ritual de violación en grupo, si las bodas eran muy numerosas, y si los parientes eran de las dos partes, o solo de la parte del novio. Tampoco dice lo que pensaban y sufrían las mujeres, como suelen hacer casi todos los autores griegos.

Diodoro no aprueba esa costumbre, pues la considera tan bárbara como la de cortar los cadáveres con cuchillos de madera, y dejar los trozos encima de los monumentos. Pero lo que considera más interesante, y eso sí que lo confirma la historia, es el prestigio que tenían los hombres de las Baleares tirando piedras con honda. Según él cada hombre llevaba tres hondas, una atada en la cabeza, otra en la cintura, y otra en la mano. Su puntería y fuerza eran proverbiales, y por eso los baleáricos combatieron como mercenarios por todo el Mediterráneo, siendo así un antecedente un poco bruto de los Tercios de Flandes, o de los almogávares catalanes. Su puntería se explicaría, según Diodoro, porque las madres ponían el pan de los niños en sitios elevados. Si no le daban, se quedaban sin comer. Lo que no deja de ser una forma curiosa de repartir las meriendas.

Se puede comprender que en la península Ibérica quedaba mucho por civilizar. Por eso, los sucesores de los minoicos, los griegos, fundaron sus colonias, desde Cataluña a Cádiz, trayéndonos así el progreso y el cretinismo. El cretinismo es un sistema filosófico, según sus autores, porque todos los sistemas filosóficos acaban en -ismo: idealismo, materialismo, platonismo, aristotelismo, racionalismo... y el cretinismo también. Entonces el cretinismo es una filosofía, que se basa en unos sólidos principios.

Descartes, padre del racionalismo, creyó que la filosofía, como la geometría, debía partir de unos principios indudables. Buscó la certeza en el pensamiento, con la célebre frase Cogito, ergo sum, que significa normalmente “pienso, luego existo”, aunque un alumno tradujo la frase así: “palabras pronunciadas por Jesús en el huerto de los olivos que significan: ‘cogedme, soy yo’”. Interpretación correcta, según el cretinismo, porque efectivamente a Jesús lo cogieron y se lo llevaron. No se puede poner límite a las interpretaciones, según la posverdad del cretinismo. Y por eso la idea de Descartes de que es indudable que un triángulo tiene tres ángulos no se puede defender, porque coarta la libertad de pensar. Para el cretino puede haber triángulos de cuatro ángulos, de dos, uno o ninguno, siendo bautizados como triángulos cuadriláteros, biláteros, uniláteros y puntiláteros. Es evidente que esto es así porque lo que nos une cuando pensamos no es lo que pensamos y vemos como correcto o evidente, sino solo que pensamos, cada uno a su manera. Por eso el cretinismo como sistema se basa en el siguiente principio: existo porque no sé pensar, ni quiero aprender a hacerlo.

No existe el pensamiento, sino solo la actividad de pensar sin ton ni son. Tampoco existen las normas, porque limitan la capacidad de decisión de las personas. Y por eso yo puedo decir lo que me parezca -pensar no sé- y hacer lo que se me ocurra, para auto-determinarme todos los días desde que me levanto hasta que me acuesto. Y eso es posible gracias a que puedo decir lo que quiero, y sobre todo inventar palabras cambiando letras.

Pero hay un problema. Todo el mundo puede hablar sin pensar, hacer lo que le parezca y hablar sin parar. Pero como eso sería la guerra de todos contra todos, es necesario que exista la democracia, que consiste exclusivamente en que la mayoría vota a unos pocos para que hablen como les parezca y hagan lo que se les ocurra, delegando en ellos nuestras capacidades de hablar y actuar. Así los elegidos, que básicamente se representarán a sí mismos, pasarán a mandar a los demás, hablando y tomando las decisiones que se les ocurra sobre la vida de todo el mundo. Y todo el mundo tendrá que estarse callado, porque delegó en sus representantes estas capacidades. Y como los que mandan son los que controlan los medios de comunicación, todo el mundo tendrá que estarse callado o repetir los que ellos dicen, y punto.

Como el cretinismo no puede tener contenidos, porque limitan la creatividad de pensar de los que mandan, solo puede cambiar las palabras. Las palabras se dividen en dos: buenas y malas, femeninas y masculinas, con a y con o. Debe buscarse siempre una letra de consenso, la e, o bien repetirlo todo. Si los cretinos estudiasen matemáticas, que es lo único serio que se puede estudiar ahora, porque las matemáticas son ciertas aunque no se refieran a cosas materiales -por eso Platón, Descartes, Spinoza, y muchos otros las consideran la base de la filosofía- deberían buscar siempre la solución más sencilla, que es la que rige el pensamiento y el lenguaje.

Por eso he decidido patentar este descubrimiento: es muy engorroso hablar del Consejo de ministros y ministras. Primero porque consejo es masculino y unilateral, y por eso niega la pluralidad, y segundo porque es una lata repetirlo todo. Patento pues la palabra menestra, que lleva “e”, y no es machista, acaba en “a”, lo que supone una discriminación positiva para el género gramatical femenino. Y sirve a la vez en singular y plural, porque las menestras son plurales, multinacionales, y multigénero en sí mismas, ya que en ellas conviven toda clase de verduras. Menestra vale para ministros y ministras y designa al colectivo del Consejo de ministros y ministras, y refleja muy bien algunas de las decisiones que aprueba. Pongamos un ejemplo, magnífico en su sencillez: “en el día de hoy la menestra ha aprobado la ley que consagra a los perros de caza como mascotas, pero solo fuera de su horario laboral”; así quedarían recogidas todas las sensibilidades, y confirmado el dicho bíblico que dice que “el número de tontos es infinito”, así como la frase de San Agustín: “se rebelaron los tontos y conquistaron el cielo”.

31 dic 2022 / 01:00
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