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Cs o el Pequeño Nicolás naranja

La inmunidad parlamentaria, más allá de su conveniencia constitucional cuando se toma en serio, puede resultar definitivamente una medida de gracia muy discriminatoria que divide a la ciudadanía entre quienes pueden dedicarse al teatro con normalidad absoluta y encima cobrando un buen sueldo por sus actuaciones, sean o no de mérito, y quienes son castigados con rigor por intentar imitar a este primer grupo descrito, cuyos miembros cuentan con los privilegios que les otorgan sus actas de diputados o senadores.

Viene a cuento este algo estrambótico preámbulo de estas Contrariedades por la reciente sentencia que condena a tres años y cinco meses de cárcel al pobre infeliz del Pequeño Nicolás por hacerse pasar por un representante de un alto organismo del Estado. En cambio, Inés Arrimadas, por ejemplo, no tiene ni tendrá ningún problema con la Justicia por hacerse pasar por la portavoz parlamentaria de un importante partido que todavía tiene mucho que decir en la futura gobernabilidad de España, que ya son ganas de querer engañar a los sufridos ciudadanos (a todos, en general, no sólo a los naranjas que están en extinción), cuando ni siquiera ella misma se puede creer lo que dice.

Al pobre y Pequeño Nicolás habría que agradecerle, en todo caso, su inigualable aportación al espectáculo nacional de variedades políticas, sacudiendo como sacudió el tedio informativo en el año 2014, el tercero de Rajoy, plagado entonces de noticias sobre la crisis, a base de inundar con sus inverosímiles andanzas las tertulias televisivas y radiofónicas que se las daban de muy serias y concienzudas. Si a alguien habría que condenar por este motivo, tal vez sería a los ilusos que se creyeron su identidad falsa de agente secreto de nuestra Inteligencia, engaño al que, sin duda, contribuyó decisivamente la deteriorada imagen y el escaso prestigio del CNI.

En la primera legislatura de Rajoy, aquellos años duros en que le tocó gestionar los peores momentos de la crisis, pululaban en España personajes peculiares que se ganaban la vida así, lo que demuestra que aquella recesión económica originada en 2008 no fue una cosa para andarse con bromas. O sí, si se analiza desde la perspectiva de estos actores de traje y corbata que alcanzaron la fama de golpe creyéndose y queriendo hacernos creer lo que en ningún caso eran, un universo nuevo de pícaros donde además del Pequeño Nicolás anidaban todo tipo de lazarillos y bribones, destacando también un tal Bárcenas que desfilaba con elegante porte por todos los telediarios, empeñado en que nos tragáramos que él era el tesorero del PP cuando en este partido conservador que entonces gobernaba, como se demostró en posteriores y múltiples declaraciones en sedes judiciales, prácticamente no lo conocía nadie. Al menos en directo y cara a cara, que en diferido puede que ya fuese otro cantar. En directo y cara a cara, en la psicofónica sede popular de Génova (donde el comisario Villarejo también puso a trabajar su grabadora) llegaron a no saber ni a sospechar siquiera quién podría ser el M. Rajoy que aparecía en los apuntes contables de Barcenas, en una historia de identidades disimuladas paralela a la que sostenía ante las cámaras el Pequeño Nicolás.

En España, hay épocas en que no resulta sencillo jugar al Quién es Quién con los personajes públicos, y mucho menos si estos son políticos profesionales. Desde luego, Inés Arrimadas, que quizá nunca fue la que dijo que era o parecía ser, ahora mismo ya no es la que dice ser o la que un día pareció que era, aunque nadie la denunciará o condenará por ello, como al incauto del Pequeño Nicolás. Es obvio que la hoy presidenta de Ciudadanos ya no es la dirigente que ganó las elecciones autonómicas de Cataluña en 2017. Hasta ahí no habría interpretación ficticia alguna, simplemente estaríamos en un momento más avanzado del drama en tres actos que la compañía orange vino a representar en la política española. En el primero, saltaron al espacio estatal como espejo liberal de Podemos en el contexto de la nueva política. En el segundo, Albert Rivera no supo resolver su particular ser o no ser shakespeariano cuando pudo pactar un Gobierno con Sánchez y acabó despeñándose por el valle de los caídos (el de los infelices, en general, no sólo el de los ciudadanos del yugo y las flechas en resurrección).

Y en el tercer momento teatral naranja al que asistimos, Arrimadas aparece en el escenario público como la decadente Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder. Vive de recuerdos y expectativas que ya no existen, aunque siempre habrá quien la crea y la vote. Tranquilidad, aún no es delito.

15 dic 2022 / 01:00
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