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Cuéntame cómo te ha ido en tu largo caminar

Estamos todos que no podemos más. Así nos va la vida, o la marcha a trompicones de la misma. Y es contradictorio justo ahora cuando vemos que lo que más se aprecia, e incluso recomiendan los entendidos, no tiene nada que ver con este trajín de vida que nos traemos.

Comodidad, versatilidad, flexibilidad y libertad para soltar lastre es tendencia: dejar atrás lo rígido y estructurado tanto en hogares, colegios o lugares por donde andemos. Nos sobran ataduras y necesitamos espacios luminosos y diáfanos hechos a medida, diferentes y fáciles de remover en cualquier momento. Más simplicidad y menos rollo.

Pasamos de pensar y valorar los avances y conocimientos adquiridos, escrutados, exprimidos al máximo, a la conclusión de que volver a los orígenes es lo óptimo para el cuerpo y la mente, para una sociedad más humanizada y cercana a deseos y quereres conformes a nuestra naturaleza.

¡Cuán poca paciencia para distraernos mirando cómo amanecía o atardecía, sin pensar que así abre o cierra un nuevo día! ¡Cuán absurdo parecía bañarse en mar abierto o en una cala, sin pensar que esperando estaba ahí siempre esa límpida agua! ¡Cuán minusvalorado era disfrutar de un dedal de tierra para ver germinar semillas que algún día florecerían casi por sí solas!

Cuánta impaciencia y cuántas prisas. Cuántas miradas descaradas o de reojo a la tirana diana de la muñeca o al smartphone. Cuánta alarma electrónica programada, con mil tonos que más marean que ayudan a llevar una agenda organizada.

Cuánta esclavitud encubierta en apariencia de libertad, de dominio sobre lo que somos y lo que poseemos, sobre nuestros ritmos y secuencias, modos de encajar el proyecto de una vida asentada en lo que, parece, eran meros mitos creados por antojo.

Descubrimos -o nos lo hacen ver- que lo bueno, normal y sano no es vivir estresados. ¡Bienvenida sea esta caída del burro (pobre animal: se las cargan todas) si detectamos por un instante una verdad tan plana y llana!

Andar en chándal y deportivas o enseñar enaguas y encajes de Camariñas o de Inditex, da glamur a la persona, sea joven o entrada en años. Hacer bici-turismo o andar en patinete, así caigan chuzos de agua, ráfagas de viento o caliente el sol, es reconfortante. Tener, no una, sino dos o tres mascotas es remedio o salvavidas para muchos. Acudir a un spa o a un balneario es más que provechoso. Eso y cosas similares, son lo natural. Eso y más, es lo que parte de la sociedad reclama para sentirse nueva y reconstituida y al mismo tiempo desconectar con lo que era -o eso parece- artificial.

En las ciudades es tendencia volver a ser gente de barrio. Encontrar las mismas caras, aunque se adivinen solo por el color de las gafas o de los ojos, cejas y pestañas, y oír voces quizás algo desfiguradas, pero con timbres que acaban por reconocerse. Es entonces cuando saludamos, mano en pecho, con codos o con reverencias orientales. Y hay tiempo para las parrafadas, breves o largas, sobre lo que ocurre en ese u otro momento. Siempre hay algo de qué hablar, incluso -ya es decir- de nosotros mismos, de nuestros familiares o de ideas e ilusiones, antes encerradas bajo siete candados. Es la nueva -o vieja, según se mire- terapia comunal.

En las aldeas, quienes ahí ya estaban descubren hábitos de sus antergos potenciándolos en redes e iniciativas que nunca antes saldrían a la palestra. ¡Hay tantas maravillas existentes sin aprovechar! Quienes ahora van a esos pueblos -antes vistos como inhóspitos y detestables- encuentran su remanso de sosiego para respirar serenos e incluso para teletrabajar, en un entorno apacible con otros que se mueven por los mismos intereses.

Hay concordia, hay saludos y también cabe la distensión entorno a una infusión y pastas de semillas milenarias que respetan el planeta, miran por el medio ambiente y atenúan el cambio climático.

Ahí está la realidad en ciernes que busca buena parte de nuestra sociedad. La otra parte quizás se deje contagiar. ¿Qué pasará? Se sabrá. Habrá que arriesgarse y alzar la mente para ver su grado de veracidad: Quien no se aventure a elevarse por encima de la realidad jamás conquistará la verdad (F. Schiller).

Quizás inspire escuchar la musiquilla del Cuéntame de los Alcántara. Parece una canción intrascendente por pegadiza y sin más pretensión que ser el cante del verano. Pero ese tema de Fórmula V tiene su enjundia.

Trata del reencuentro entre dos amores. Uno se fue en busca de la felicidad y, al retornar, sin haber conseguido nada, se siente impelido a contarle a quien no dejó de amarle y le acoge de nuevo: ¿cómo te ha ido? /en tu viajar por ese mundo de amor// Háblame de lo que has encontrado/ en tu largo caminar.

Y se abre otra oportunidad: Te has convencido que yo tenía razón/ Es igual, vente conmigo aún sigue vivo /tu amor en mi corazón.

05 dic 2021 / 01:00
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