Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Cuento triste de Navidad

    CADA noche de este día de retornos familiares fieles a la convocatoria del clan, a la llamada de la tribu, el viento frío de la tarde fría, la seca e hiriente ráfaga de nostalgia surgida del manantial de las emociones de una vida vivida, te lleva a rebuscar entre las más recónditas gavetas de la memoria la falleba que te abra la ventana del tiempo ido para conducir la mirada a la aldea de la infancia, al cosquilleo nervioso de aquella niñez pasmada ante la esencia del Misterio, del Niño que nacía a las querencias de un paisanaje, rudo y dadivoso, en el que la misa del Gallo rompía la melancólica monotonía de las noches de invierno, de lumbre y de palabras, con el devoto y reverencial rito del besapiés en la figura del Nacido.

    Y los desafinados cantos ante el adornado árbol de la plaza del pueblo, con el trampantojo de sus mini-cajas destellantes, delicadamente empaquetadas, que no disimulaban, en su endeblez, si acaso, el inmaterial regalo de una esperanza por tiempos mejores, como ceremonial cierre de una noche colmatada de reencuentros, chocolate y villancicos.

    Días de frío y risas en el Vilar de Barrio de las más hondas querencias, de billarda en el barro de la nieve derretida y promesas infantiles de amistades imperecederas cabalgando por el frenesí de las jornadas de
    ocio, por entre el excepcional bullicio de las calles de un pueblo lleno del revolotear de abrazos de quienes, golondrinas errantes por la España del progreso o la Europa de las necesidades, retornaban al calor del hogar, a embeberse de la cuota de afecto con la que resistir el resto del año, chute de apresurada e intensa inmersión en las raíces con que llenar las alforjas de la saudade.

    Y así, el frenético apurar de los días hasta la desconsolada amanecida en la que los auto-buses llegados de la lejanía llenaban su panza con las mejo-res viandas de la despensa hogareña, que portaban también en el rudo nudo de la cuerda
    ruda que envolvía el deforma-
    do paquete la melancólica y
    forzada sonrisa de unos padres ante caminos que sabían siempre de ida.

    Con el autobús ya en lontananza, con la joven y mejor savia del pueblo a bordo, camino de Barcelona, País Vasco, Suiza o Alemania, aquella escondida lágrima de los que quedaban se fundía, en su calmoso descender por la mejilla, con el caliente café del bar de la esquina, de las que fuiste inveterado testigo. Un repetido éxodo de juventud a lo largo de años que todos intuían –¿también nuestros políticos?–, en su forzado silencio de tristezas, como itinerarios de imposible retorno.

    La falleba se cierra ahora sobre la ventana del tiempo ido para traernos al presente. Y el nostálgico retorno al hogar de los afectos nos devuelve la triste Navidad de un pueblo dormitando, entre la lumbre y las palabras, bajo la amenaza cierta de un destino que estremece, como en El violín de piedra, de Barrachina: “Cuando un pueblo se muere, nada nace ya”.

    24 dic 2022 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.