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De Brines a Mateo Díez

    QUÉ PLACER inmenso produce colocar ‘Francisco’ en Google y que se autocomplete con Brines, a las primeras de cambio, y colocar ‘Luis’, ni siquiera hace falta ‘Luis Mateo’, y que se autocomplete con Díez. Dos escritores en lo más alto de Google, ahí es nada: lo digo, sí, con ironía, imaginando su sonrisa, si lo supieran. No creo que les importe en absoluto.

    La literatura se arremolina en la hojarasca de noviembre, quizás para salvarnos de estos días feroces y del ruido poco afable de la actualidad. La televisión, enfrascada en sus telerrealidades, o lidiando con la hiedra (o con la hidra) de la demagogia, que hoy nos abraza con engañosas intenciones, sólo concede unos segundos a estos dos preclaros autores, Francisco Brines y Luis Mateo Díez, porque hay que ir rapidito con la cultura. En medio de la superficialidad que nos destruye, es necesario escuchar a los poetas. Hay muchos discursos oxidados bajo la lluvia de la incertidumbre.

    Nunca vi personalmente a Brines, salvo dentro de su poesía. Me hubiera gustado, pero quizás su ascendencia mediterránea lo mantenía atado al otro lado del mapa, donde pasaba la mayor parte del año. Lo celebré como a los otros grandes de los cincuenta, Valente entre ellos, siempre inolvidable, Ángel González, imprescindible, y tantos otros. Ayer recordaba Molina Foix que Brines enseñó en Oxford (y, si no me equivoco, también en Cambridge), y allí dejó constancia de gran modestia y del silencio de los humildes. De esa generación, sí he tenido la gran fortuna de entrevistar en un par de ocasiones a Caballero Bonald y a Antonio Gamoneda, de los que guardo memoria de cercanía, sencillez y compromiso. Ahí siguen, como Brines, que cumplía 88, y ayer se asomó al balcón para celebrar el Cervantes, mientras el cielo de se cubría de naranjos.

    A Luis Mateo Díez, leonés de Villablino, lo conocí hace más de treinta años. Hacía sus pinitos provinciales por entonces, y como casi todos los de su grupo, o su generación, acabó en Madrid. Era posible visitarlo en la Casa de las Panaderías (o quizás en la de las Carnicerías) envuelto en legajos y expedientes de la administración local, para la que trabajaba, y allí, creo, nació su pasión por los misterios encerrados en los papeles imprevistos, el dominio del lenguaje con un perfume clásico que mantiene incólume, y tanto es así, que, no sólo su literatura, sino su propia pose, alto y enjuto, siempre me ha parecido extraordinariamente cervantina. Y, mucho más, su humor.

    Con la confirmación del Premio Nacional de las Letras, Luis Mateo ha dado algunas entrevistas, diez años más joven que Brines, y, como él, una referencia imprescindible. Su obra es larga, enorme. Creó un reino propio, Celama. Un lugar de vacíos y nostalgias. Sus personajes son contradictorios, y eso mismo dice Brines de su visión del hombre. Los dos escribieron obras con la palabra ‘brasas’ en el título. Y ambos son académicos. Hay una interesante película de ‘La fuente de la edad’, dirigida por Sánchez Valdés, con guion de Julio Llamazares, que les recomiendo. Pero, sobre todo, lean esa novela de 1986. Encontrarán ahí el crudo paisaje provincial de los años cincuenta. Y el sueño de hallar un manantial de aguas virtuosas que nos liberen de todo mal.

    19 nov 2020 / 00:29
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