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De don Manuel a Alberto

    BUSQUEN, comparen y si encuentran a alguien más opuesto a Fraga que Feijóo, díganlo. Entre ambos hay un abismo de diferencias, generacionales, de carácter, de humor, vitales. Si gracias a un malabarismo espacio-temporal como el que se hace en el Ministerio del Tiempo, Feijóo pudiera viajar a 1990 quizá se sentiría desubicado en aquella toma de posesión exuberante de don Manuel, con multitudes en las calles y un paseo triunfal a la romana entre el Parlamento y el Obradoiro. Varios delegados anónimos del Libro Guinness de los Récords viajaron ex profeso a Galicia para registrar entonces los números exorbitantes de aquella jornada, seguida por quince años de gobierno espectacular en todos los sentidos del término.

    Fraga fue don Manuel. Feijóo es Alberto. El tratamiento dice mucho sobre el modelo que uno y otro implantan. Si el de Vilalba encarna al presidente paternal, solícito con los hijos pero al mismo tiempo capaz de echar terribles broncas a los retoños, el vecino de Os Peares es el tipo fraternal que se aleja del paternalismo fraguista para representar al hermano que habla de igual a igual.

    Uno ama las muchedumbres, está en su salsa en las romerías y disfruta en Monte Faro con la versión galaica del Alderdi Eguna del PNV o de las fiestas cerveceras del bávaro Strauss. El otro admite que cosas así forman parte de la liturgia de la política pero parece preferir unos ritos más sosegados, lo cual lo acerca más al estilo sobrio de Angela Merkel, que a don Manuel le hubiera parecido insoportablemente sosa.

    Pensemos por tanto en otro viaje en el tiempo para imaginar al que las crónicas llamaban “león de Vilalba” en la toma de posesión de ayer, convertida casi en un remake veneciano por culpa de las máscaras. Quizá Fraga se hubiera aburrido. Sentiría una intensa emoción a ver a su pupilo aupado de nuevo por el pueblo gallego, pero preguntaría a alguien de protocolo cuándo empezaban las fanfarrias de la coronación y dónde estaba el pulpo.

    Tardaría en darse cuenta de que la República Serenísima de Feijóo es distinta y distante de la suya. Feijóo es la política románica o neoclásica. Fraga, el barroco o rococó. Así es y, no obstante, ambos son del PP, ambos triunfan con elocuencia en Galicia batiendo récords Guinness de voto, y Feijóo es a quien Fraga señala para tomar el testigo.

    Fraga atisba que empeñarse en prolongar el fraguismo con otra persona era un error y lanza al espacio a alguien capaz de aterrizar en la Galicia del futuro. He ahí la explicación a que la modalidad del PP que existe en Galicia sea imbatible. Evoluciona con mucha más rapidez que sus adversarios, paradójicamente más conservadores en sus cambios, más apegados a su ortodoxia y anclados al retrovisor.

    Feijóo seguramente sería un extraterrestre en la Galicia de los noventa, y Fraga un alienígena en 2020. Cada uno encaja en su tiempo, sin anacronismos, y por eso son opciones ganadoras. Darwin vería en el proceso una confirmación de sus teorías sobre la evolución. Boinas y birretes, dos especies dominantes en la edad fraguista, dejan paso a una Galicia intermedia que atenúa aquel antagonismo proverbial. En su emocionada y enmascarada toma de posesión Feijóo pudo comprobar que nadie los llevaba puestos

    06 sep 2020 / 00:00
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