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De hermanos, a socios lejanos

    EN el mundo globalizado actual los errores se pagan, y cada vez resulta más difícil dar marcha atrás. Deberíamos saberlo bien en España, por la parte privilegiada y pionera que nos toca, por ejemplo, con nuestros países hermanos de América Latina. Pero no; no terminamos ni de aprender ni de reivindicarnos como mediadores privilegiados con nuestros contextos afines del otro lado del Atlántico. Y si hacemos algún gesto de proximidad, lo realizamos con los contextos bolivarianos y populistas que la comunidad internacional cuestiona.

    En vez de propiciar una colaboración de emprendimiento, crecimiento e inversión, anclamos nuestros vínculos históricos en parámetros políticos, ideológicos y comerciales que sólo benefician a potencias lejanas ávidas de aprovecharse de nuestras debilidades. Antaño, cuando tantos gallegos, andaluces y canarios vieron en la peripecia trasatlántica una oportunidad, el fenómeno de la globalización se forjó en la confianza mutua y en el deseo de fraguar una relación provechosa para ambas partes. Hogaño, sin embargo, la política lo ha enfangado todo. Y la falta de visión de nuestros mandatarios ha frustrado unas relaciones exteriores destinadas a resultar tan provechosas como edificantes.

    Entristece ver cómo, a medida que España ha dejado de mantener, en calidad de abanderada de la UE, una postura férrea con respecto a los regímenes autoritarios latinoamericanos, otras potencias ajenas se han hecho no sólo fuertes, sino decisivas allí. China, Rusia, y hasta Irán, ocupan hoy un espacio que nunca debimos haber perdido. No hay más que reparar en la reducción de las inversiones de nuestras empresas españolas para constatarlo.

    Impresiona saber que hemos renunciado a un 43 % de nuestra inversión en Iberoamérica sólo en el actual ejercicio económico. Y si Telefónica, Repsol, Naturgy o Iberdrola frenan sus proyectos y serenan sus apuestas, imagínense la incertidumbre con la que se topan tantas pymes que han arriesgado su capital y su patrimonio para abrirse a nuestros contextos hermanos.

    Mientras La Casa Blanca se hace fuerte en Europa, y hasta se reúne con Putin (y seguro que pronto con Xi Jinping), y los líderes de la UE se abrazan a diestra y siniestra (véase esa Alemania que abandera la presencia de EE. UU. aquí, al tiempo que defiende un suministro energético con el Kremlin que hasta Biden ha terminado aceptando), nosotros permanecemos impávidos, renunciando a una ventaja histórica, política y geoestratégica que debería hacernos no sólo fuertes, sino incluso indispensables en el Continente americano, y hasta con nuestros vecinos del norte y el centro africano. Disgusta saber que si nuestra proyección en América es cada vez más escasa, nuestra presencia en África, lamentablemente, apenas ha comenzado.

    28 jun 2021 / 01:00
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