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De hombres y mujeres... o viceversa

    ME voy a meter en un tema espinoso, lo se, ya que ¡daría para desarrollar una tesis! Esta semana se ha celebrado, aunque nada haya que celebrar, el Día contra la Violencia de Género. Y como otras veces, en otros temas, he dudado de si hablar de ello o no, ya que los discursos están tan polarizados, que es muy difícil no acabar siendo incomprendido, criticado, odiado, vilipendiado por alguna de las partes o por las dos. Si puedo elegir espero serlo por las dos, porque significará que efectivamente he conseguido mi propósito de ser honesto y coherente con lo que pienso.

    Quiero decir que mi única intención para escribir este artículo, es tratar de ayudar a la reflexión para que entre todos (la RAE ya deja muy claro que incluye a todas) podamos avanzar hacia una sociedad más justa, más inclusiva, más igualitaria y más humana. Negar que existe la violencia contra las mujeres es como negar que el sol sale por el este cada mañana. Desgraciadamente cada semana nos desayunamos con la noticia de que un hombre a acabado con la vida de una pareja, o expareja, o pretendida, o.... Negar que existe un machismo estructural en la Sociedad, vuelve a ser un acto imposible de justificar.

    Claro que hay un machismo estructural. Yo mismo, como hombre, lo he practicado a lo largo de los años, desde que era pequeño, porque así se nos educaba, por lo que no tenía ninguna conciencia de estar haciendo nada malo. Eran mis hermanas las que bajaban a la compra con mi madre, las que la ayudaban con las tareas de la casa, las que ponían y quitaban la mesa, las que se levantaban de la mesa a por más agua, etc, etc, etc. ¡Era así! Por nuestra parte, mi padre y yo, éramos los que arreglábamos las cosas de la casa que se estropeaban, los que nos metíamos con la electricidad, la fontanería, pintar las paredes, o hacer pequeñas obras de albañilería.

    Estos eran los roles y no los puedo juzgar ni yo ni nadie fuera del contexto temporal, porque nadie nos planteábamos que eso pudiera estar bien o mal. Simplemente era así y todos lo aceptábamos, y ni a mis padres, mis tres hermanas ni a mi nos molestaba ni nos parecía mal. Todos actuábamos los unos con los otros con amor, tratando de hacer la vida más fácil a los otros en lo que considerábamos que era correcto.

    Pero evidentemente las sociedades evolucionan y poco a poco se empezó a hablar del daño que los roles preestablecidos ancestralmente hacían a las mujeres, a las que se las relegaba a un papel, perversamente considerado secundario, en la sociedad. Y poco a poco también, gracias a las reivindicaciones feministas, no confundir con las reivindicaciones feminazis, todos, hombres y mujeres fuimos comprendiendo que la igualdad necesitaba de romper en cierta medida con esos roles, ya que sino las mujeres no podrían nunca llegar a desarrollar la vida que cada una quisiera, al igual que los hombres llevaban ya haciendo desde tiempos inmemoriales.

    Este cambio de paradigma sin duda ha posibilitado que los hombres tomemos conciencia de que debemos desterrar determinadas actitudes y colaborar de una forma activa en todo aquello que forma parte de una igualitaria convivencia y hoy son, somos muchos los que compartimos las tareas de la casa con normalidad, por poner un ejemplo.

    ¿Hasta aquí todo bien verdad? Otra cosa es el tema de la violencia. Es innegable también que los hombres somos más violentos que las mujeres, por razones neurobiológicas, hormonales, antropológicas, culturales. Miles de experimentos han demostrado que ante la misma situación de conflicto, la probabilidad de que dos hombres acaben peleando entre ellos es infinitamente mayor que si dos mujeres lo hacen, que como mucho acabará a gritos e insultos. Por lo tanto es fácil entender que por las cuestiones señaladas anteriormente más la diferencia de fuerza en general en favor del hombre, este, de una forma cobarde, agreda más veces a una mujer que al revés.

    Y señalo lo de la fuerza, porque si esa característica estuviese invertida en favor de la mujer, es evidente que habría infinitos menos malos tratos hacia ella. Pero como esa característica innata, más las hormonales, no pueden cambiarse, solo nos queda introducir la EDUCACIÓN con mayúsculas, para que los niños varones crezcan con valores adecuados y comprendan que no pueden utilizar su fuerza como elemento de sometimiento hacia las niñas, y que ellas aprendan a detectar, para impedir o pedir ayuda, las conductas inaceptables de las que puedan ser víctimas.

    Los adultos, que ya venimos de generaciones donde la sociedad patriarcal imponía sus normas para hombres y mujeres, tenemos que seguir también educándonos y reflexionando para fomentar conductas adecuadas en nuestra casa, en el trabajo, en la convivencia en general. No hay otra opción para que consigamos acercarnos lo más posible a la utopía de un mundo sin violencia en general y sin violencia hacia las mujeres por el hecho de serlo en particular. Porque es muy infantil y poco realista creer que alguna vez vamos a llegar a la violencia cero, ya que está intrínsecamente arraigada en nuestro cerebro reptiliano y no deja de ser un arma de defensa, diseñado para la supervivencia.

    El problema está cuando esa violencia se desata sin que nuestra supervivencia esté amenazada, sino para todo lo contrario, en este caso para el sometimiento hacia las mujeres. Y claro, ahora cabría preguntarnos: ¿Y mientras, qué hacemos? ¿Qué hacemos mientras reflexionamos y nos supra educamos? ¿Qué hacemos mientras, con los que infligen esa violencia? Pues mi opinión es que lo único que podemos y debemos hacer es imponer un justo castigo, para que aquellos que cometen delitos leves, que no dejando secuelas físicas, psicológicas o emocionales, puedan reflexionar y reeducarse para no repetir sus actos.

    Sin embargo para aquellos otros, cuyos delitos y violencia ejercida contra una mujer, deje un daño irreparable, la condena debería ser severa y sin paliativos. Alguien que asesina o viola a una mujer no debería dejársele salir de la cárcel nunca. Es lo que yo haría y lo baso en algo muy simple, de sentido común y de justicia para mi. Si no se puede reinsertar para la vida a un muerto, si no se puede eliminar el drama psicoemocional, ni borrar el horror de una violación, ¿por qué debemos como sociedad permitir que un asesino, un violador de mujeres, un pederasta, salga a la calle y siga con su vida tan tranquilo y con el añadido, miles de veces demostrado de su reincidencia?

    Me parece una vergüenza, una cobardía y una falta de empatía con las víctimas cuando se habla del Estado de Derecho para justificar las bajas condenas ante estos hechos abominables. Porque, ¿dónde están los derechos humanos para las víctimas, que no hacen ningún daño a nadie y cuyo único delito es haberse cruzado desgraciadamente en la vida de sus verdugos? Dicho todo esto, creo que es importante también que aceptemos que la maldad no es solo patrimonio de los hombres. También hay mujeres cuya maldad les permite hacer daño a otros hombres, sean parejas o no, a niños, incluso hijos, lo que está sin duda en la cúspide de la maldad suprema, algo en lo que estoy 100% seguro están de acuerdo todas las mujeres que son madres.

    Por ello, es muy importante que las leyes estén justamente escritas por el legislador, cosa que tengo serias dudas de que lo estén, ya he conocido muchos casos de hombres injustamente detenidos y a los que se les ha destrozado la vida por denuncias falsas, quienes habiendo incluso podido acabar demostrando su inocencia, han visto su vida y sus relaciones con sus hijos deterioradas o rotas. Creo sinceramente que no es sana la polarización que se ha creado de manera interesada por parte de colectivos radicalizados de uno y otro lado, y que sin duda obedecen a intereses políticos y económicos, jugando de una forma perversa con la vida de las personas.

    Deberíamos recordar todos y todas, aquí sí merece la pena poner énfasis en la diferenciación de géneros, que hemos nacido de una mujer, que fue imprescindible la participación de un hombre, que por lo tanto tenemos abuelas y abuelos, hermanas y hermanos, hijos e hijas... es decir que no nos dejemos manipular, y gracias a Dios no lo hacemos, la mayoría de nosotros, por los que por sus sucios e inconfesables intereses políticos y económicos quieren fomentar una guerra de sexos.

    Yo mataría con mis propias manos y sin dudarlo a cualquier hombre que asesinara o violara a cualquier niña o mujer de mi familia, o le daría una paliza de hospital a quién las agrediera sin llegar a violarlas o a matarlas. Y digo esto por si queda alguna duda de mi postura sobre la violencia hacia las mujeres, pero creo que tengo derecho a decir también que todo el peso de la ley debe caer sobre aquellas mujeres que abusando del especial amparo que la ley les brinda, la utilizan para hacer daño a hombres inocentes. Cada vez que una mujer es maltratada, hay hombres que lo sufren. Y cada vez que un hombre es injustamente condenado, hay mujeres que lo sufren. ¡Todos estamos en el mismo barco! Dejemos de lado la ideología, la política, los intereses económicos y coloquemos en el centro del debate la justicia justa, la solidaridad, el sentido común y el amor.

    27 nov 2022 / 01:00
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