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De la riqueza y la pobreza

    AL mismo tiempo que empiezan las reuniones del Foro Económico Mundial de Davos, ese maravilloso lugar entre montañas donde se decide el latido del mundo, el informe de Oxfam sobre la situación del planeta nos obliga a repensar hacia dónde nos dirigimos. Es un documento muy oportuno, más cuando la macroeconomía lo acapara todo. El informe señala que la riqueza y la pobreza extremas han aumentado, simultáneamente, y lo hacen por primera vez en los últimos 25 años.

    De alguna forma hemos entrado en una deriva muy peligrosa que afecta a millones y millones de personas: parece que todo sucede en medio de un aterrador silencio. Porque apenas se habla de lo que está sucediendo: como ocurre también en la política, incluso en las sociedades, todo se polariza, todo se confronta, y todo se va a los lados opuestos de la balanza. Y así, los ricos son ya mucho más ricos y los pobres empiezan a ser cada vez más pobres.

    Existe la idea de que la invasión de Ucrania, además de provocar muerte y desolación, está contribuyendo a que las sociedades desarrolladas dejen de pensar tanto en los problemas pendientes. En esos que venían del pasado inmediato, en esos que habría que solucionar para ganar el futuro. Incluso para sobrevivir. Pero qué puedes hacer cuando en el corazón de Europa saltan por los aires las estructuras de la modernidad y brotan las tinieblas y la violencia, como si de pronto hubiéramos vuelto a muchos siglos atrás. Creo que, varios meses después del inicio de la guerra, todavía nos preguntamos con sorpresa cómo pudo ocurrir. En qué momento saltaron las costuras de lo que se supone que habíamos avanzado y habíamos aprendido.

    Es difícil pensar en otras cosas que no sean la guerra. Se dice que la preocupación por el medio ambiente, uno de los temas centrales y urgentes, se ha estancado al aparecer otros motivos de alarma inmediata. Y, en el fondo, la alarma se ha extendido a todas las sociedades democráticas, algunas zarandeadas por políticos inconscientes. Pero, de pronto, Oxfam se hace eco de como la desigualdad ha empezado a crecer otra vez de manera descontrolada.

    Cómo la inflación, el precio de los alimentos, por ejemplo, está enriqueciendo extraordinariamente a algunos al tiempo que pone en grave peligro a la gente que encuentra graves dificultades para dar de comer a los suyos. Este es un asunto real. Y es un asunto real no sólo en el Tercer mundo, es algo que ya sucede entre nosotros desde hace tiempo, entre familias que han visto cómo se quebraba su frágil presupuesto, cómo en poco tiempo perdían su suelo, su cobijo, su maltrecho equilibrio económico, con el que lograban, al menos, mantenerse. La clase media, el sostén tradicional de la economía de un país, también se ha visto zarandeada. Pero la situación es global.

    Son datos alarmantes que ofrece el Banco Mundial. Cómo la riqueza está cada vez en menos manos: un uno por ciento acapara la mayoría de los ingresos, y eso no deja de crecer, precisamente en este momento de crisis. Una de cada diez personas del planeta aún pasa hambre (más de 820 millones en todo el mundo). Y 1.700 millones de trabajadores, dice Oxfam, viven en países en los que la inflación crece muy por encima de los salarios. En fin, son sólo algunos datos. La desigualdad que genera la pobreza se extiende gravemente, particularmente entre niños y mujeres, y ello sin considerar el deterioro de las democracias, el asunto climático, los desastres naturales y la violencia enquistada en no pocos lugares. Sin duda, hay motivos para pensar que vivimos tiempos sombríos.

    17 ene 2023 / 01:00
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