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De pandemias y retornos: una historia repetida

Quizás sea más acertado que nunca recurrir en estos tiempos en los que la pandemia originada por el covid-19 nos ha abierto los ojos al horizonte de la pérdida de la libertad e incluso de la vida misma, al viejo aforismo de que no hay nada nuevo bajo el sol; en la historia moderna han sido muchos los episodios relegados al olvido por la fragilidad de la memoria en los que el mundo se ha visto azotado por terribles pandemias.

Esta pequeña reseña es fruto de la curiosidad, pero sobre todo del asombro que provoca leer sobre la lucha contra epidemias que los gallegos, en otros tiempos, afrontaron. Curiosamente el comportamiento de la población y la toma de decisiones por parte de las autoridades tienen sus correspondencias con la situación actual. Este nuevo coronavirus nos ha atrapado con la guardia sanitaria baja; el directo al tejido económico nos ha puesto de rodillas, al borde del knockout, tras el gancho al mentón que ha supuesto la sangría de muertes entre los sectores más débiles de la población. La trágica realidad consigue que un escalofrío recorra nuestra espalda si pensamos en Galicia, la de los siglos XVI, XVII, XVIII..., carente de los actuales servicios sanitarios y mecanismos económicos que se activan para proteger a la población.

La lectura de la documentación depositada en el AHDS nos ayuda a vislumbrar un sombrío y lúgubre panorama de desaliento en el que reconocemos el desbordamiento de los hospitales, el brillo del heroísmo médico, los bulos y los esfuerzos de las autoridades por contener el desastre en otros tiempos. Pero la misma documentación también abre nuestro horizonte: nuestros antepasados lo superaron y nosotros, fruto de su vida y su esfuerzo, nos debemos a ese empuje y coraje; nos es obligado seguir sementando.

Los archivos, garantes de la memoria de las civilizaciones y de los pueblos, reflejan momentos que habíamos olvidados hasta los fatídicos idus del pasado marzo: en ellos nos reencontramos con nuestros ascendientes en el devenir del juego de la vida, quienes nos cuentan de primera mano sus experiencias, en las que podemos apreciar lo cíclico de la historia.

Don Antonio López Ferreiro, como buen conocedor que era de las instituciones, ya nos ofrecía a comienzos del pasado siglo vívidas imágenes de una Galicia pretérita que se nos antojaban imposibles de repetir:

“En el año 1694 hubo en Galicia gran hambre seguida al año siguiente de mortífera peste [...]. Al mismo tiempo la guerra con el pérfido Monarca francés seguía desangrando la nación y agotando sus fuerzas y recursos. Mientras tanto los turcos sitiaban á Viena y España se hallaba afligida por la peste”.

Menos de cien años después el párroco de Burres, en 1769, describía en los libros de su parroquia una de las peores carestías y debacles que afectaron a Galicia en la Edad Moderna:

“Para eterna memoria de la posteridad. El año de 1768 se experimentó en este Reino de Galicia tal inundación de agua, que todo género de alimento preciso para la vida humana fue muy limitado, y escaso: tuvo esta inundación de agua principio en el mes de abril de dicho año casi sin cesar sino quatro días en el mes de mayo y junio, cinco en el de agosto, quatro en el de noviembre y quatro en el de diciembre; de tal manera que no pudiéndose majar el fruto, lo más se perdió; y habiendo aún el poco que se cogió, se experimentaba recia hambre por todas partes del Reino: las resultas de dicho año duraron en este País hasta el día 16 de julio de 1769. Y por junio de 1769 al principio llegó el ferrado de maíz en la Plaza de la Ciudad de Santiago a 34 reales vellón, el del trigo a 26 reales; y el de centeno a 22 reales; ayudó mucho el trigo que bajó de la Castilla a este Reino, algún centeno también, y cebada que llegaron a comer algunos naturales de este País; el ferrado de cebada se vendía a 12 reales; el del trigo de Castilla a 20 reales y aún más. El Illmo. Sr. Arzobispo de esta Diócesis de Santiago con su Cabildo mandó venir del Reino de Francia una grande porción de fruto así de maíz como de trigo y centeno. El cabildo lo vendía a los de la ciudad a trece reales el ferrado [...]. Suplió mucho a esta escasez algún fruto que vino al puerto de la Coruña y Ferrol y harina del Reino de Francia, donde concurrían las gentes a montones, que principió a venir en abril de dicho año de 1769, que a no ser este socorro perecieran aún más de los que perecieron; pues en el Hospital General y real de la ciudad de Santiago desde el mes de octubre de 1768 principiaron a morirse de tal manera que se tuvo por peste declarada: a 28 muertos cada día y aún más”.

A lo largo del siglo XVIII se sucedieron nuevas hambrunas y pestes, como la plaga de la viruela que se cebó con parroquias como San Xoán de Riba en 1779, originando en los registros de defunciones de la misma, relaciones de “muchachos adultos” que fallecieron a consecuencia de tan letal enfermedad. Los niños, en ocasiones, ni siquiera se reflejaban entre los muertos; y cuando lo hacían, ofrecen a la demografía elevadas tasas de mortalidad infantil propias de economías menos desarrolladas: he ahí los brotes de 1832-1833 y 1854-1855, donde a menudo se anotaban en las partidas las horribles condiciones en las que se pasaba a mejor vida en los lugares más recónditos del país, a los que no llegaban los médicos: “José Jorge, estado soltero, que falleció ayer á las doce del día. Enfermedad viruelas. Sin asistencia de facultativo. Edad diez y seis”.

Y ello a pesar de que Galicia fue pionera en la lucha contra esta enfermedad, protagonizando la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” (llamada Expedición Balmis en honor al doctor Francisco Javier Balmis) que llevó a las colonias americanas en 1803 a 22 niños portadores de la vacuna bajo la supervisión de la coruñesa Isabel Cendal Gómez: la primera enfermera de la historia en misión internacional, según la OMS.

A la viruela se sumaron en el siglo XIX la fiebre tifoidea y el cólera morbo, también denominado cólera asiático por su origen oriental, que penetró en España por los puertos del sur, como lo fueron manifiestamente Sevilla y su barrio emblemático de Triana: “Asustada la Europa con la terrible enfermedad, conocida con el nombre de Cólera morbo asiático, reunió las luces de todos sus sabios, y después de largas disertaciones y de teorías que la experiencia ha desmentido, ha visto perecer a millones de víctimas entre dolores agudísimos y accidentes y circunstancias espantosas. Parece que el Todopoderoso ha querido demostrar la vanidad de las ciencias humanas, y lo nada que valen sin su auxilio los afanes del hombre”.

Y, como no, ante la desesperación surgieron terapias que hoy no dudaríamos en encuadrar entre las fake-news: “Últimamente sepan todos, que este terrible mal se cura promoviendo los vómitos y despeños y bebiendo mucha agua”.

Recomendaba el doctor Vázquez en su: “Método curativo [...], cuyos felices resultados le granjearon el sobrenombre de Ángel tutelar de Sevilla cuando este terrible mal la afligía”.

Las instituciones de los modernos estados liberales tomaron cartas en el asunto, disponiendo medidas no muy distintas de las actuales y tomando como base las recién creadas divisiones provinciales y las ancestrales parroquias:

“Amenazada la salud pública [...] por la presencia del Cólera en Marsella y Tolon [...] cumple a esta Alcaldía el deber de recomendar a V. la lectura de las circulares del Gobierno de provincia [...].

En justa observancia de las mismas ruego á V. se sirva asociarse de los vecinos que mejor estime y establecer colectas con el fin de tener algunos recursos, no solo para el blanqueo y limpieza de las casas de los pobres, sí que también para las primeras necesidades que llegasen á ocurrir por la epidemia en esa parroquia [...].

No consentirá V. se celebren exequias de cuerpo presente [...], ni que los cadáveres se conduzcan descubiertos, ó expongan así en los atrios”.

Un siglo acaba de cumplirse de la mal llamada “gripe española” de 1918, durante la cual era tan elevado el número de fallecidos que dejaron de hacerse sonar las campanas de las iglesias para no causar espanto a los feligreses y llegó a considerarse la enfermedad una “causa natural” de defunción; que también se cebó con el personal sanitario de la época, manifiestamente con los tan arraigados médicos rurales gallegos: “El diecisiete de octubre de mil novecientos dieciocho yo Don Francisco Arias Diéguez, cura párroco de San Cristóbal de Remesar y unido San Martín de Riobó [...], di sepultura eclesiástica en el cementerio parroquial del unido al cadáver de D. Ramón Otero García, doctor en Medicina y Cirugía [...]. Falleció de muerte natural a consecuencia de gripe a las doce del día de ayer a los veintiocho años de edad [...], deja una hija”.

Esta pequeña relación pretender llamar la atención sobre la intrahistoria de acontecimientos calamitosos que interfirieron de forma abrupta la vida de la gente y que, hasta hace poco, nos parecían lejanos y ajenos; pero que la realidad nos arroja a la cara, recordándonos nuestra fragilidad como seres humanos y como sociedad.

El archivo histórico de la Diócesis compostelana en esta Semana Internacional de los Archivos que esta año lleva como lema “Empoderar Sociedades del Conocimiento” invita a los lectores de esta nota y al público en general a conocer estos testimonios, profundizando y difundiendo una historia de la que siempre se extrae conocimiento y experiencia con los que afrontar realidades como la que ahora nos atenaza. En fin: empoderarnos como sociedad.

Hablar de mortandades y no mencionar los extensos y exhaustivo trabajos de la escuela modernista compostelana, con el profesor Eiras Roel al frente, es faltar a la justicia. Los trabajos sobre demografía histórica, economía agraria, sociedad e incluso de mentalidades suponen la gran referencia que da sentido a las pequeñas instantáneas relacionadas. Son los historiadores quienes han despejado el camino y contextualizado los hechos, y en el AHDS ofrecemos el testimonio directo que ayuda a la compresión y a hacer buena la sentencia del Eclesiastés con la que comenzaba este pequeño exordio Nihil novum sub sole.

07 jun 2020 / 01:21
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