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Del crítico al fanático

    SUJETANDO bengalas rojas que desprenden humo blanco, radicales luchan por respirar democracia en calles negras. Junglas donde reina la ley selvática. Allí se abren paso (entre ideas de bombero) mientras apagan su razón inteligible, arrasando todo aquello que malvive ahora calcinado: como el Amazonas cada año.

    Esta es la historia repetida de otra protesta, pacífica y legítima, que culmina con actos encaminados hacia una sola dirección; la del viento que movió las llamas de la basura hasta quemarles; adoctrinados en el todo vale, mediante unos versos que presumen (bajo pasamontañas cobardes) violencia camuflada.

    Ni “que li fotin una bomba, que reviente sus sesos y que sus cenizas las pongan en la puerta de la Paeira” ni “merece también un navajazo y colgarlo en una plaza”. Frases como estas desenmascaran los impactos polarizadores que ha(n) desenterrado el odio, menoscabando nuestra libertad hasta hacerla traspasar fronteras antaño bien claras.

    Primero surgieron ideologías faltas de respeto, fundamentadas en cambios revulsivos ante un sistema evidentemente mejorable. Aprovecharon su debilidad para reconducir una verdad que pasó del carril al arcén: distanciándonos entre populismo y demagogia; sirviéndose de la vulnerabilidad ciudadana.

    Después confrontaron dichos pensamientos sesgados, edulcorados entre promesas sin resultado. Seguimos igual. Miento. Peor. Estamos más separados que nunca, mientras continúan explotándonos mensajes molotov desde modelos comunicativos virales que tergiversan los hechos, alteran la realidad y manipulan el presente.

    La “represión” e “injusticia” que denunciaba Hasél en sus letras se torna hoy contra
    muchos trabajadores en co-ma tras un shock económico, que despertaron para arre-glar escaparates (hechos añicos) y reponer productos (robados). Todo ello de sus bol-
    sillos, obviamente, como el dinero que saldrá de los impuestos que apoquinen para asegurar nuevas farolas, contenedores o bancos.

    Aun así, esta no es la única cara del extremismo que contempla la sociedad española, asqueada pero aclimatada,
    desafortunadamente, al cir-
    co del término agresivo. Ese que también domina Isabel Medina, reconocida por ma-nifestar, sin tapujos y entre mentes confinadas, que “el judío es el culpable”.

    Mientras ellos viajan al pasado, creyendo ser futuro, volvamos nosotros a la cordura. Permitir al odio adentrarse en la expresión es el mayor insulto hacia ese derecho: base vital de nuestra democracia que precisa abandonar dicho sentimiento para restablecer la serenidad, el diálogo pacífico y los avances pertinentes.

    Porque en España hay cosas que cambiar, está muy claro, pero incentivar la violencia mediante el vocablo no es una de ellas. No todo vale. Menos aún en las formas. Entre la discordancia hostil, antagonista o enemistada deben sobresalir la educación y los valores. Eso distingue al crítico del fanático.

    23 feb 2021 / 01:00
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