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Del eremita Pelayo a Portomeñe

YA le valía a Pelayo el eremita. A saber qué fumaba. Pero su alucinación provocó una de las más grandes manifestaciones religiosas que jamás haya visto la Humanidad. Y un mercadeo sin igual al amparo del apóstol Santiago.

Los eremitas que la época, recogiendo la tradición de aquellos otros eremitas sirios y egipcios que se retiraban al desierto de Alejandría para entregarse con toda libertad a la vida contemplativa y penitente en busca de Dios, a fin de alcanzar así la perfección espiritual, vivían un ascetismo llevado al límite: vivían al pairo en el desierto, aunque en época de Pelayo, allá por el 815, se alojaban en albergues precarios o en cuevas, y subsistían gracias al trabajo manual a la recolección de algunos productos. Sus ayunos eran muy prolongados y mantenían una vida espiritual durísima.

Así que el eremita Pelayo vete tú a saber cuántos días llevaba sin comer ni beber, pasando frío y habitando una cueva más que húmeda allí en el Monte Solovio. No es de extrañar que la Historia no pueda concretar si finalmente vio unas llamas, o una luces de fuego en el cielo cayendo, o escuchó cánticos celestiales para determinar que (apartando la maleza), allí estaba el sarcófago de mármol con los restos del apóstol Santiago. Bueno, el ya tenía bastante con tenerse en pie pues, posiblemente, pelaba una frío de espanto. Así que se lo dijo al obispo Teodomiro, tampoco sabemos muy bien en qué condiciones y ni siquiera sabemos cómo un simple eremita tenía comunicación directa con tan alto cargo arzobispal.

Total que el obispo le vio al hallazgo unas posibilidades inmensas y le contó una milonga al, en aquel tiempo, rey de Asturias y Galicia, Alfonso II. Necesitado como estaba este hombre de buenas noticias (los musulmanes le tenían ya hasta el cogote), no tuvo mucho reparo en acudir al lugar y proclamar al apóstol Santiago Patrono del Reino, edificando allí mismo un santuario que más tarde llegaría a ser la mismísima Catedral de Compostela.

A partir de esta declaración oficial, los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Islam. La más famosa de ellas narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el apóstol Santiago. A partir de entonces surgió el mito que lo convirtió en patrón de la Reconquista.

Tantas leyendas hubo y tan magníficas, que miles de devotos acudían al lugar a verlo con sus propios ojos. No sabían entonces que, poco a poco, esos devotos serían los primeros peregrinos que iban trazando el Camino de Santiago.

Por aquel tiempo nadie se cuestionaba cómo llegó hasta allí el pobre Santiago; apóstol de Jesús que en sus primeras incursiones a tierras gallegas se dio perfectamente cuenta que estaba predicando en el desierto y que apenas tenía como se dice ahora escuchantes.

Cuando Jesús repartió responsabilidades, le fueron adjudicadas las tierras españolas para predicar el Evangelio, y que en esta tarea llegó hasta la desembocadura del río Ulla. Sin embargo con poco éxito y escaso número de discípulos, por lo que decidió volver a Jerusalén. Así que se fue de nuevo a Palestina en el año 44.

Recién llegado, Herodes Agripa (que no andaba con chiquitas), lo mandó torturar y como eso aún le parecía poco, ordenó decapitarlo y lo que ya indicaba que tenía mala baba, Agripa tampoco dejó enterrarlo.

Para aquella la fama del apóstol Santiago ya era imparable: ganaba batallas, construía leyendas y mataba moros por doquier, aunque él ya estaba más que muerto en Palestina.

Sus discípulos, en secreto claro pues ser cristiano en palestina en aquellos años era muy cantoso, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar aunque sin tripulación. Allí depositaron el cuerpo del apóstol en un sepulcro de mármol que llegaría, no se sabe cómo ni por quién, tras la travesía marítima, al río Ulla. remontando el río (como hacen las lampreas todos los años por cierto), llegó hasta el puerto romano de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.

Y allí estaba Pelayo, fumando no se qué cosa. Debió de verlo en verano en realidad porque dice que vio estrellas ardiendo caídas del cielo; quizás la noche de las Perseidas. Lo cierto es que a partir del s. XI Santiago ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos.

Y hasta hoy, que lejos de ser olvidado, en el año 93, un tal Portomeñe le inventó un plan genial para atraer ese crisol de culturas y de lenguas que son los pueblos de Europa.

29 sep 2022 / 01:00
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