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Del Muro al Pazo

    PAZOS más altos cayeron. Así se dirá en el futuro cuando alguien diga que un objetivo es inalcanzable. Al que dude de la fuerza que puede tener un reclamación justa, se le recordará lo que ocurrió con Meirás tras décadas de lucha en la que sólo creyeron unos pocos al principio, entre ellos alguien llamado Manuel Monge que alzaba su voz en el desierto en las lejanas calendas de 1982. Pasaban los años, el activista seguía con sus prédicas, la democracia cumplía sus hitos, se alternaban gobiernos, caía el Muro, y el Pazo se mantenía con su impasible ademán como una pirámide con su faraón ausente.

    Más que el franquismo, el verdadero aliado del monumento infamante fue la indiferencia, heredera de la que se instaló en la sociedad española cuando la dictadura no parecía vitalicia sino eterna. Hubo un tiempo en que España no era franquista ni antifranquista, sino acomodaticia o resignada, lo que se llamaría después franquismo sociológico, compuesto por todos aquellos que no se metían en política siguiendo el consejo del Caudillo. Un vestigio de esa forma de pensar protegió durante mucho tiempo al Pazo que, tras la sentencia, pasa a ser como esas propiedades que caen en manos de okupas aprovechando un descuido del propietario.

    La ventaja con la que contaron los okupantes fue que ni su propietario real (el Estado), ni la opinión pública pensaban que la lucha legal llevaría a algún sitio. Sólo el Monge susodicho se empecinó en la causa y formó una especie de congregación monástica a su alrededor que fue creciendo a medida que se atisbaban posibilidades legales de poner fin al latrocinio.

    Desde las almenas de Meirás contemplaban el revuelo con la misma incredulidad que los nobles gallegos recibían noticias de los primeros movimiento irmandiños. Tarde o temprano se cansarán, pensaban. Un error. Los asaltos de la hermandad se veían a distancia dada la disposición estratégica de las fortalezas. El cerco de los asaltantes de Meirás, en cambio, es más sigiloso.

    Alguna performance con pancartas, es verdad, pero lo fundamental sería la arqueología documental que desarrollaron algunos exploradores en archivos y bibliotecas incriminatorios, obteniendo hallazgos que finalmente le dan la vuelta a la historia. Cuando la prueba se resistía o era insuficiente, ahí estaba Monge como un Simeone que arenga a los suyos hasta el pitido final.

    Partido a partido. Así fue como se llega a este final que aun tendrá prórroga en otras instancias judiciales. ¿Cómo explicar la tenacidad de Monge y los suyos en una pugna en la empiezan siendo como David contra Goliat? Tal vez con las lejanas reminiscencias maoístas del protagonista. Ya saben, la Larga Marcha, una gesta que, sin embargo, resultó bastante más corta que la de los luchadores por la desamortización del Pazo, cuyos orígenes hay que rastrear en los ochenta.

    Es Monge y no Sánchez quien debiera escribir un manual de resistencia tras su lucha contra los gigantes del pasado. La historia evoluciona y si antes caían los castillos convertidos en ruinas humeantes, ahora los pazos (también el de Baión) los toman en paz asaltantes y togados que blanden documentos. Una efemérides para el futuro, cuando se diga que pazos más altos cayeron

    04 sep 2020 / 00:00
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