Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Delfines y profesores

Desde nuestros orígenes la observación de los animales ha sido esencial para nuestra supervivencia, ya fuese para obtener alimentos, para enseñarles a colaborar en el trabajo y la defensa del grupo o para aprender de ellos todo tipo de lecciones, no solo físicas sino morales, pues muchas veces distintas especies de animales sirvieron para encarnar todo tipo de virtudes, como la fidelidad, la piedad filial, la laboriosidad o la castidad. Y uno de los animales que más llamó la atención fue el delfín, objeto de interés no solo de pescadores y marineros, sino también de naturalistas y filósofos.

En el año 1643 el doctor Thomas Browne dedicó el capítulo V, 2 de su Pseudodoxia Epidemica, o examen de numerosas ideas comunes y de supuestas verdades admitidas por asentimiento a refutar la creencia de que los delfines son animales curvos. Naturalmente, cuando vemos moverse a los delfines su forma parece curva, porque giran para salir a la superficie y poder respirar, pero en realidad no son más curvos que otros. Del mismo modo en la Antigüedad naturalistas como Plinio o Eliano, y filósofos como Aristóteles se interesaron por el curioso comportamiento de los delfines.

Se sabía que los delfines acompañaban a los barcos en grupo, y se creía que también les servían a veces como guías en la navegación. Pero no solo eso, sino que también existía la firme creencia de que podían salvar a los náufragos sirviéndoles como montura, tal y como ocurrió con el célebre poeta mítico Arión, representado en el arte cabalgando sobre un delfín. Los delfines además sabrían apreciar la música, eran agradecidos y devolvían los favores que les habían hecho para salvarlos. Y además sufrían el duelo cuando ocurría la muerte de uno de sus compañeros. Los delfines nunca viven solos, nadan sin parar en parejas o grupos y se creía que si se quedaban solos entrarían en algo así como una depresión que les llevaba al suicidio, yendo a morir varados en una playa.

Es curioso comprobar la casi universalidad de esta creencia. Recuerdo que un día en Galicia Noticias se informaba de la aparición de un delfín muerto en una playa de Ferrol, señalando que daba la impresión de que había ido a morir a esa playa a propósito. Había dos espectadores de la escena, y uno de ellos le comentó al otro: “é que os golfiños se suicidan cando lles morre o seu presidente”. Y no estaba muy equivocado, porque sabemos que los delfines si sufren depresiones. De hecho a los que están cautivos en parques acuáticos, siendo utilizados además para espectáculos, se les administran antidepresivos. Los delfines, como las orcas y los grandes cetáceos marinos, tienen un lenguaje con el que se comunican. Son capaces de transmitir mensajes e información y de educar a sus crías para enseñarles los lugares a los que deben migrar a lo largo del año. Cuando se alteran las condiciones medioambientales se desorientan, como les pasa a esas orcas que ahora nos visitan y que atacan o juegan con los veleros, o como les ocurre a los delfines cuando en Japón los pescadores los desorientan con ultrasonidos para que entren en los estuarios y poder así cazarlos en una gran matanza.

Pero si hay una cuestión que suscitó el mayor interés fue ésta: ¿cómo duermen los delfines? Aristóteles intentó darle una respuesta. Está claro que los delfines nunca pueden parar. Si lo hiciesen para dormir, o bien se ahogarían, por no poder respirar, o serían presa de otros animales. Por eso la explicación más racional -aunque no empíricamente demostrable- fue la siguiente: el delfín se queda dormido y entonces comienza poco a poco a irse al fondo de cabeza. Cuando toca fondo se da un cabezazo que lo despierta, vuelve a subir para respirar, y así sucesivamente. Hay que reconocer que si es cierto que los delfines durmiesen así, podríamos suponer que no descansarían mucho. Y no sabemos si a Aristóteles se le ocurrió esta solución porque no se le ocurrió otra, o porque tenía un sueño muy ligero.

En realidad, sabemos que los delfines duermen utilizando alternativamente la mitad de sus hemisferios cerebrales, por eso pueden seguir haciendo su marítima vida normal, a la vez que dejan en reposo a la mitad de sus neuronas. Un día, uno de los alumnos inteligentes que por suerte seguimos teniendo, me decía que le encantaría ser un delfín para poder dormir en clase y a la vez no perderse la explicación. Esto podría parecer jocoso, pero no lo es tanto. Y es que mi alumno no sabía que en realidad una buena parte de sus profesores se han metamorfoseado en delfines. Y no por la gracilidad con la que dan saltos, ni por su bella silueta, ni por algunas otras de las virtudes que los delfines encarnan, sino porque han escindido su cerebro y procesan la información en paralelo.

Ilustraremos esta curiosidad con un ejemplo. Los trabajadores y los funcionarios tienen una jornada de trabajo en horas necesarias para poder cobrar el sueldo. Si falta trabajo en una empresa se reducen horas o jornadas, y se recurre al despido o los Eres y Ertes. En la universidad hay profesores a los que se contrata por horas, y así se cobra el doble por dar dos asignaturas que por una, en los contratos meramente docentes.

Pero cuando el profesor es funcionario su carga de trabajo se divide en dos partes: el tiempo que dedica a dar clase -actividad ahora pomposamente llamada docencia- y el que dedica a estudiar, investigar y a actividades diversas. Naturalmente si en una universidad hay que impartir 10 asignaturas de una materia es fácil saber cuántos profesores se necesitan, porque cada profesor que cobre el sueldo entero debe impartir al año 240 horas de clase, entre teóricas y prácticas. Si faltan profesores de una asignatura la universidad debe sacar plazas a oposición o concurso público, y que gane el mejor. Si sobrasen muchos profesores la universidad podría reducirles su dedicación y recortarles parte de su sueldo, como pasa en la empresa y el resto de la administración pública.

Para evitar esto las universidades decidieron metamorfosear a sus profesores en delfines, capaces de dormir y trabajar simultáneamente, creando un concepto o engendro mitológico llamado horas docentes equivalentes. Se llaman horas docentes equivalentes a las clases que no se dan porque no las hay, pero que se finge que se dan cuando no hacen falta. Y así un profesor tiene en su cerebro bífido sus clases imaginarias y sus clases reales, que sumadas dan 240 horas al año. El problema es que a las clases que no existen ni se dan se le pueden sumar horas por ejercer cargos remunerados que también equivalen a clases. Con lo cual los cerebros delfínicos de parte del profesorado se van adentrando en el camino del delirio o realidad paralela. Así, un decan@ puede impartir 50 horas e imaginarse 240, porque, aunque cobra más por serlo y tiene dos o más profesores que son sus vicedecan@os, otr@ que es secretari@, secretari@ administrativ@, gerente de su centro, y la mayor parte de su trabajo transferido a los servicios centrales, que son los que gobiernan la universidad, se cree, porque así se establece, que está ocupadísim@.

Las horas de clase que no se dan, porque no existen, no permiten crear nuevas plazas para cubrir la suma de esas que no se dan, para que las den otros profesores, que también pueden ser en parte reales y en parte imaginarios. Eso sería una insensatez y la universidad es una institución sensata. Pero lo que si se permite es crear plazas docentes que jamás van a tener docencia real, porque son plazas para investigadores reales, que serán profesores imaginarios, lo que puede llevar a las universidades al suicidio colectivo.

En su discurso de inauguración del curso 2022-2023 el rector de la USC Antonio López lanzó un aviso a navegantes, que creo que pasó desapercibido. Indicaba que si hay que estabilizar a los investigadores tendrá que ser en el marco de los institutos que legalmente se puedan crear. El número de investigadores se reducirá, cada universidad decidirá qué clase de investigación financiará, y tendrá que tener cuerpos de investigadores no docentes. Unos cuerpos reducidos. Será en esos institutos en los que se centrará la financiación, quedando los actuales proyectos de investigación sembrados a los cuatro vientos en algo residual, lo que supondrá redefinir la figura del profesor universitario.

Cuando esto sea así lo imaginario dejará de equivaler a lo real, y las horas docentes que no existen y son iguales a cero, sumadas a otras horas inexistentes, seguirán dando cero. Entonces, como fue hasta hace poco, las plantillas serán reales y servirán a las necesidades. Los profesores dejarán de ser delfines sonámbulos que se reparten, a golpe de intriga y normativa, sus instituciones para estabilizarse y promocionarse, diciendo que son capaces de convertir a las piedras en pan y a las patatas en melocotones.

Los profesores dejarán de soñar despiertos y de pensar dormidos, y tendrán que darse cuenta de que lo que no existe no puede ser real, se le llame como se le llame. Y de que, como nunca podrán tener la agilidad y el encanto de los delfines, nunca podrán ser como ellos, ni irse a vivir al océano. En ese gran país creador de nuevos mitos que son los EE. UU. hay un grupo que sostiene que los delfines en realidad fueron humanos que pasaron a vivir en el mar, o ángeles celestiales que viven entre las aguas una existencia superior. Pero en Galicia sabemos, como decían los protagonistas del diálogo de la TVG, que en realidad se suicidan “cando lles morre o presidente”, o líder que los dirige y protege. ¿Qué nos pasará a los profesores cuando nos dejen de proteger?

16 oct 2022 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.