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Delibes, palabras limpias

    LOS CIEN años del nacimiento de Miguel Delibes, que se cumplían ayer, se han celebrado, o se están celebrando, bien, como merecen. Quiero decir que la cosa ha salido en los medios, los informativos han hablado de ello, ‘Informe semanal’ emitió anoche un reportaje hermoso y hoy veremos un magnífico documental en ‘Imprescindibles’, que es un programa imprescindible también.

    Y, por supuesto, la Fundación Delibes está al a cargo de muchos de los acontecimientos y actividades en memoria del gran autor castellano, y no ha faltado el recuerdo de Valladolid, con la estatua de Eduardo Cuadrado, y de su periódico, ‘El Norte de Castilla’ y también de la Biblioteca Nacional, que inauguró una exposición al respecto con la participación de diversas instituciones. Hago cuenta de todo esto porque hoy la cultura, aunque sea cultura mayor y maravillosa, como es el caso, hay que pesarla y medirla, de tanto que se escatima. Hay que salir ahí a ver cuánto nos entregan, porque está todo metido la harina de la confusión y el descrédito, en esta trituradora de la alegría en la que han convertido nuestra vida actual, y no sería conveniente, es más, sería mezquino, que Miguel Delibes no fuera recordado como merece. Y no sólo recordado, sino releído, revisitado, celebrado.

    Delibes no pediría nada de esto, estoy seguro, pediría más bien que cuidáramos de lo poco que vamos dejando del mundo rural, porque él veía bien lo que se acercaba, el infinito naufragio, y lo veía bien porque estaba cerca del mundo que amaba y al tiempo agonizaba, era un hombre del campo, para el campo, construido lingüísticamente mediante las voces y las palabras del campo. Por supuesto, hay que traer a Delibes a este presente que vivimos ciertamente desquiciados, siquiera sea para aportar un poco de serenidad, siquiera sea para usar sus palabras limpias y certeras. Hay algo de cereal aventado tras la trilla con animales, que yo alcancé a ver en casa, en los textos pulcros y exactos de Delibes, el grano dorado que aún admitía un nuevo filtro en el cedazo, el poder inmenso del grano mínimo que nos daría nueva vida. Esa modestia de las tardes de sol en las eras persiste en el lenguaje de Delibes, ese poder extraordinario de la vida mínima y sencilla, honesta a carta cabal: toda está en sus personajes, en la existencia de la gente que ha construido la vida en lugares donde la naturaleza dictaba la última palabra.

    Cien años del nacimiento de Miguel Delibes se han cumplido y ahí están sus palabras limpias y nutricias como el cereal. Ahí está su literatura, su periodismo, su gran aportación a un país que con tanta dificultad recuerda a sus artistas, como si no ellos no fueran también fundamentales para salvar un país. La cultura nos salva, y mucho más en tiempos laberínticos, envueltos en la oscuridad. Delibes es mucho más: como se vio en el acto de la Academia el pasado viernes, el escritor nos trae hoy un mensaje que ya pronunció en su día, un mensaje que late en toda su obra y que le atormentaba en los últimos días. La destrucción del entorno natural, el desastre del progreso descontrolado que nace de las posturas mezquinas de los hombres. La pérdida del mundo rural nos destruirá. Necesitamos más Delibes y sus palabras limpias.

    18 oct 2020 / 00:00
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