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Democracia degradada

    SOLO escuchen. Simplemente. Eso sí, con una buena dosis anímica dentro de la abulia generalizada. Escuchen lo que dicen los políticos. Cambalache y ajetreo dialéctico en una guerra anodina de insultos y degradación de la vida política y con ello de la democracia. No importa que sea A, o B o J. Escuchen atentamente siquiera medio minuto. No más. No hace falta. Llega para hacerse una composición real de lugar. También del nivel por el que quieren hacernos pasar un tiempo cansino, áspero, grisáceo. Apenas importa la noticia, todo vale. Ley trans, ley del sí es sí, la valla de la muerte, etc., y todo en esa ruleta de esperpentos. Solamente se buscan réditos a corto plazo, inmediatez. Tiempo de medias verdades y muchas mentiras que solo unos y otros sin recato utilizan como arma. Faltan un año para las elecciones, y se nos va a hacer inmensamente largo y tedioso. Con el ensayo en seis meses de municipales y algunas autonómicas.

    Falta respeto institucional. No se respetan las instituciones. Ni tampoco se guardan las formas. No interesa. Daño. Daño, daño a la democracia. Los monotemas no cesan, aunque quizás estos meses solo les superó el miedo hacia el coronavirus, hoy ya barra libre de cenas de empresa. Pero estamos hechos de carne y hueso y esto, por mínimo que sea, es un riesgo que preocupa más que el dedicarle medio minuto a algún político. Éstos al final tienen lo que han labrado, desdén. Activa y pasivamente.

    Hace siete años solo se hablaba de regeneración. Hoy esa palabra no existe. Tampoco parece importar mucho. El discurso no existe, el debate es una quimera y el cortoplacismo como las políticas clientelares siguen aposentadas en los cenáculos del poder, condenando a la sociedad española ya de por sí sumisa. Cuánta hojarasca en el proscenio de la nimiedad. Cuánto caradura viviendo y aprovechándose de lo público. Cuánta sorna corrupta y clientelar y mirar hacia otro lado.

    Las pasiones más viscerales acompañadas de exabruptos y medias verdades o mentiras según se mire, ganan el pulso. Y lo hacen ante la abulia y la indiferencia de una ciudadanía que ha dejado de creer y confiar en sus políticos. También en votar a pies juntillas y fiel una tras otra. Algo ha cambiado. Llegó lo nuevo pero no era tan nuevo salvo en el envoltorio y lo viejo no es capaz de quitarse la costra que arrostra desde hace décadas. La gente se ríe de la política, ha aprendido a hacerlo y no tomarse en serio la misma. Lo que es un error y un manto de campo sin puertas para quiénes copen el poder sin control ni explicación de lo que hacen y no hacen.

    Nadie exige en este erial de impunidades responsabilidad y a lo sumo, de hacerlo, quienes pasivamente la sufren, creen que, con ella, la electoral, se sustancian todo tipo de responsabilidades. Se sobresaltan y escenifican con las encuestas. Demasiadas lecturas. Las acribillan y denostan a sus autores e intérpretes. Apelan al voto útil, pero la pregunta es, ¿cuánto daño nos hacemos?

    06 dic 2022 / 01:00
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