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Disentimos, luego existimos

    SE le atribuye a Estanislao Figueras, primer presidente de la Primera República Española, la frese de “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Al día siguiente, como muestra de tan viril hartazgo, se subió al tren en Atocha y se apeó en París. Sublime forma de nacionalizar la sans adieu
    –despedida a la francesa– que tan de moda estaba en los círculos de la alta sociedad gabacha un siglo antes. En su favor decir que visto como estaba el patio nacional, y al igual que años después hizo José Antonio Camacho en el Real Madrid, era mejor optar por un “más vale ser necio que porfiado”.

    Aquella España de segunda mitad del siglo XIX –convulsa, amenazada y con grandes desafíos que resolver– ya no se soportaba a sí misma. Posiblemente de tanto escarbar en las diferencias que les separaban y de obviar tantos matices que les unían. Como la desgracia en casa del pobre nunca llega en singular, al hacer mutis por el foro Estanislao, dejó el escenario a disposición de Francisco Pi y Margall, abanderado del buenismo y del federalismo; que a pesar de bregarse en la Gloriosa, se dejó adelantar sin intermitente por los federalistas intransigentes. El resultado: la llamada Revolución cantonal. Uno de los pasajes más surrealistas de la historia de España, tanto, que ni Luis García Berlanga se atrevió a hincarle el diente.

    Una demostración de que cuando la (in)oportunidad política y la realidad social se sitúan en planos tan diferentes puede pasar de todo. A un país que ya “disfrutaba” de dos guerras civiles –la carlista y la de Cuba– le sumaron otra, la cantonal. Porque al querer hilar un mapa federalista extemporáneo –un debate que no tocaba– propiciaron la declaración de independencia de más de treinta cantones, casi todos áreas metropolitanas, como Cartagena, Sevilla, Murcia, Cádiz, Málaga, Almería,... A continuación, ya puestos, Utrera se declara independiente del cantón de Sevilla y Betanzos de A Coruña. Y en medio del despiporre con barra libre, el gobierno independiente de Cartagena solicita adherirse a Estados Unidos; algo que Ulysses S. Grant –mejor militar que gobernante– llegó a pensarse.

    Este vodevil, si no fuera por los muertos de las guerras que se declaraban entre cantones y en la posterior represión del ejército de la República, por el desvío de la senda modernista imperante en Europa y la ralentización de la industrialización, daría para unas risas al revisarlo hoy. Aunque mejor sería reflexionar si no vamos por el camino de superar tamaño desatino.

    01 feb 2021 / 00:00
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