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Donald Trump, todavía

    ¿TIENE sentido, a tantos miles de kilómetros de distancia, preocuparnos por las noticias que llegan una y otra vez sobre Donald Trump y, como se dice en el fútbol, de su entorno? ¿Merece la pena pasar de nuevo por este agobio mediático? Por supuesto. Nos va el futuro en ello. Y también el presente.

    Comprendo que cualquier cosa es más interesante, pero no tan preocupante. Y eso que hay cosas preocupantes. Deberíamos estar hablando mucho más de esta sequía interminable, de estos récords históricos de calor, de esa plaga de incendios, de la desaparición de los glaciares, del avance del desierto, de la destrucción de los cultivos, de las guerras que renacen, del nuevo desorden mundial... Sí, hay algunos temas importantes ahí fuera. Pero la atracción fatal en torno a Trump sigue viva, como en los días locos del Capitolio.

    La entrada del FBI en su residencia de Florida ha dado alas al victimismo trumpiano, que ha visto en esta operación, como en otras, un excelente terreno para mejorar sus perspectivas electorales. Trump, dicen los que le apoyan, está siendo perseguido desde que perdió (¡ganó!, diría él) las últimas elecciones, y, según escucho a adeptos y convencidos, todo lo que sucede sólo apunta a obstaculizar su nueva carrera por la presidencia. Aunque no lo ha confirmado, cada vez hay más certezas de que se presentará en 2024, aupado, también, por los problemas que acucian a Biden en varios frentes.

    La supuesta debilidad de los Demócratas parece insuflar energía a un partido cada vez más conservador que ha sido en gran medida fagocitado en cuerpo y sobre todo en alma por Trump, como saben de sobra muchos Republicanos. Así que Trump seguirá como líder indiscutible, tan personalista como siempre, mientras cuente, como de hecho cuenta, con numerosos adeptos, y no sólo entre los insatisfechos y negacionistas habituales, sino entre una vasta población heterogénea que todavía ve en él al auténtico salvador, una especie de mesías de la Gran América, ante las noticias de un seguro apocalipsis que, por supuesto, forman parte de la necesaria propaganda. Este es uno de los problemas más graves: la identificación pasional (también bastante superficial, qué remedio) de una figura con todo un país, con una bandera, creando la ilusión de que sólo esas ideas representan el verdadero espíritu de los Estados Unidos. Una gran falacia en este instante histórico.

    Como sucede a menudo con el universo del populismo, las dificultades, judiciales o extrajudiciales, no sólo no erosionan al líder, que puede incorporar así el simbolismo del mártir, sino que sirven para recargar las reservas de la peligrosa política emocional, menos patriótica que patriotera. En suma, se insiste en el uso de la polarización, la tensión y la exageración, aprovechando el turbión de las redes sociales, el ruido que todo lo confunde y la niebla que todo lo envuelve.

    Son las herramientas habituales, que se han sembrado en muchos lugares del mundo y que, dramáticamente, van minando las democracias. Sería conveniente sacar el debate político de la superficialidad y la inmediatez, que invitan a la manipulación de la gente. Eso, o admitir que estamos ante un grave problema que está llevando a la sociedad de los Estados Unidos a una división absoluta, incluso a una confrontación larvada, y esparciendo por el resto del planeta la semilla negra de la discordia interesada.

    11 ago 2022 / 01:00
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