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Donde sucede
lo importante

    HEMOS aterrizado en este septiembre de nieblas sociales, no tanto meteorológicas. Luce el sol, pero se extienden las sombras. Uno de los termómetros, dicen, será la educación, en la que los maestros trabajan sin cesar, preparando el escenario de la mejor manera posible. Luego, adaptadas aulas, medidas sanitarias y horarios, lo harán explicando las lecciones. Un trabajo extraordinario para el que cualquier elogio es poco. No sé cuánto tiempo durará esta justa preocupación por la enseñanza, lo más importante para cualquier país, algo que, pasado el comienzo del curso, acostumbra a diluirse en las noticias, quizás más interesadas en las refriegas de la política.

    Afortunadamente, las grandes cosas suelen suceder en silencio. La educación, desde luego, su día a día, donde se construye todo, es el mejor ejemplo. Un silencio que no comulga con las tensiones y los vértigos de este mundo actual, en el que se confunde la tranquilidad y la mesura con la irrelevancia. Es justo lo contrario. Las grandes cosas, sí, suceden en silencio, y las poco importantes suelen necesitar el trueno, y el ruido, y la furia, y la verborrea, tantas veces inane. Los avances científicos, que también construyen un país, la sanidad de tantos anónimos imprescindibles (no diré héroes: mejor, gente que hace su trabajo sin ostentaciones, sin desfallecer), las personas que, aun sufriendo tanto, en ocasiones con graves problemas económicos, o escasamente pagadas, han mantenido este país en pie. Ese es el silencio que envuelve a la verdadera grandeza. El silencio de los que no necesitan subrayar una y otra vez lo que hacen, ni arrogarse triunfos, ni colocarse medallas, ni insistir en que la suya es la verdad absoluta.

    Por supuesto, el silencio sucede lejos del tumulto mediático, del gran ruido del mundo. En ese extraño lugar sin luces y flashes, donde nadie grita ni busca titulares, se construye el futuro. Allí se hace el verdadero trabajo que habrá de salvarnos. Es grande la separación entre ese silencio constructivo y todo el ruido destructor, ensordecedor, que parece agitarnos desde arriba. Asistimos perplejos, seguramente tristes, sin duda decepcionados, a esa lucha por la última frase, por el último tuit, por asegurase que el mensaje entra en su integridad según la receta de los nuevos predicadores, los entrenadores del lenguaje de diseño, los vendedores de realidades moldeadas al gusto, los fríos promotores de la simpleza maniquea.

    En poco, el ruido acallará el silencio de los más grandes. Volverá sin duda el tumulto y la fraseología de hierro, y se alzarán los discursos sin significado que combinan palabras clave, según la receta de los gurús más recalcitrantes, los que conocen bien el cóctel burbujeante de la propaganda y la realidad hecha a medida. Y entonces habrá que buscar otra vez en todo ese silencio, apartar los cascotes de la palabrería, los ornamentos de una sintaxis de escayola. Habrá que volver al lugar donde no es necesario fingir, ni provocar con tuits incendiarios, ni sembrar la discordia por sistema, ese lugar donde las palabras no han sido convertidas en moneda vulgar, sino que aún tienen el viejo perfume de lo auténtico. Pero es en el silencio, que apenas sale en los informativos, donde suceden de verdad las grandes cosas.

    08 sep 2020 / 00:00
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