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leña al mono, que es de goma

Postureo verde con las bicis de fondo

    Cuando visitas ciudades como Ámsterdam y otras muchas de la Europa más desarrollada resulta imposible no hacer cálculos sobre los muchos años de ventaja que nos llevan en materias como el transporte urbano.

    En la primera, el aluvión de ciclistas es tal que cualquier forastero del sector acajarado tarda varios días en acostumbrarse a convivir con tanto vehículo a pedales, cuyos usuarios, además, no suelen tener compasión con los caminantes empanaos. Mil timbrazos te hacen abandonar de inmediato sus carriles específicos y si no reaccionas a tiempo corres el riesgo de merendarte un guardabarros oxidado.

    El aspecto de los rubios nórdicos adictos al pedaleo también es muy diferente al de sus colegas españoles. Aquí, los urbanitas que piensan en verde suelen llevar casco, protectores de rodillas, reflectores, maillots ajustados, zapatillas deportivas fluorescentes, soportes para la cantimplora aerodinámica y mil ingenios digitales sujetos al manillar para saber la distancia que han recorrido, cuántos gramos han rebanado al cuerpo serrano gracias al esfuerzo realizado y otras cuestiones de sumo interés. Allí, por lo general, casi todo el mundo va con la cocorota al aire, los elementos de protección brillan por su ausencia y la fauna ciclista es tan natural como heterogénea. Lo mismo te encuentras a una ejecutiva agresiva pedaleando sobre unos tacones de 15 centímetros que a un comercial encorbatado acudiendo raudo a una cita, pasando por señoras mayores con sombreros floreados, universitarios con aspecto bohemio, tipos que parecen vikingos trajeados, parejas in love que circulan en paralelo cogidas de la mano y madres o padres que han transformado sus viejas bicis en curiosos artilugios con remolques o transportines delanteros en los que llevan al cole a dos o más churumbeles.

    En nuestro país, tan dados como somos a legislar, prohibiríamos circular esos carricoches artesanos y denunciaríamos a dichos padres por poner en peligro la integridad de sus hijos, pero en la Europa de tez clara es una estampa normal y todo indica que el riesgo es prácticamente nulo. ¿Qué les puede pasar si los coches, en el centro urbano, se cuentan con los dedos de una mano y todo el mundo es respetuoso con los que utilizan medios de locomoción no contaminantes?

    Afirman algunos supuestos expertos que en Galicia, y más concretamente en Santiago, la gente apenas utiliza la bicicleta para ir al trabajo o para desplazarse por el centro porque el tiempo no acompaña. Muchos días llueve, otros muchos el viento amenaza con mandarte a tomar ídem y en verano apetece más ir en un buga cómodo con climatizador automático. ¿Pedalear? Uf, chico, vamos a dejarlo para cuando haya una temperatura constante de 18 grados.

    Tales excusas no funcionan, en cambio, en las principales urbes de los Países Bajos, ni en Estocolmo, ni en Copenhage, ni en... Por aquellos parajes da igual lo que caiga del cielo. Si las temperaturas bajan de cero, algo habitual, la gente se encasqueta un buen gorro de lana y santas pascuas. Si llueve, todo el mundo tiene un impermeable low cost a mano, y ni la nieve ni el hielo frenan a los más intrépidos. También es completamente habitual ver a la clase política moverse en medios no motorizados, mientras que en Latinlandia, como bien sabemos, nos volvemos adictos al coche oficial y al Falcon en cuanto chupamos poder. De hecho, las únicas veces que ves a los vip subidos a una bici es durante las campañas electorales -en un claro e interesado postureo de corte ecologista- y todos tienen una pinta ridícula. Se nota a la legua que ese no es su medio habitual.

    Ese es el paisaje bicicletero que tenemos en la España actual, aunque todo puede ir cambiando poco a poco gracias a la acción de asociaciones como la santiaguesa Composcleta. Este colectivo, por ejemplo, ha elaborado un completísimo y documentado informe en torno a la creación de una ruta ciclista que uniría el centro de Santiago y O Milladoiro a través de sendas muy agradables y cómodas, todas ellas con ramificaciones que también enlazarían los enclaves más importantes de la capital gallega a través de pasillos específicos. Los itinerarios están bien planificados, se ponen en valor sendas abandonadas y se rompen barreras ridículas entre dos localidades que apenas distan cinco kilómetros.

    La gran pregunta, ahora, es: ¿Harán algo por fin los políticos para dejar a un lado el postureo y comprometerse de verdad con la promoción del transporte verde? ¿Se dejarán aconsejar por gente que sabe de lo que habla -asociados de Composcleta, por ejemplo- o seguirán actuando a su bola, sin orden ni concierto, como ha hecho CA con sus dibujitos en la calzada y sus señales articiosas e impostadas a favor de las bicicletas? A saber, pero todo indica que seguiremos como siempre. O sea, a piñón fijo hacia un rumbo incierto.

    EL AUTOR ES PERIODISTA

    25 may 2019 / 22:47
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