Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
el sonido del silencio

La política como perversión

    Decía el general Eisenhower, que fue un gran estratega, que la planificación no sirve para nada, pero que siempre es necesario planificar. A la política le ocurre lo mismo. Muchas veces da la impresión de que es inútil y dañina, pero no podemos prescindir de ella, porque la política es el arte -bueno o malo- de tomar las decisiones que van a condicionar el futuro de una comunidad, al igual que el general decide el futuro de la guerra.

    Los historiadores pensaban que no podía haber política cuando no existía el estado, pero hoy sabemos que en las sociedades tribales también existe la política. Lo que pasa en ellas es que la política se desarrolla en el marco de las organizaciones de parentesco: clanes, estirpes o tribus, una veces de un modo participativo y otras no, al igual que ocurrió en las demás etapas de la historia. El jefe de un clan puede ser quien tome decisiones de modo unilateral, o bien pueden hacerlo los consejos de ancianos o las asambleas de guerreros. Ellos serán los sujetos activos de la política, y los demás: mujeres, niños, esclavos y poblaciones dependientes. Los sujetos pasivos de la misma.

    Solo una vez en la historia el sujeto activo y el sujeto pasivo de la política coincidieron casi plenamente. Eso fue así en la Atenas democrática. En ella todos los hombres atenienses desde los 18 años eran ciudadanos de pleno derecho, participaban personalmente en la asamblea, en los jurados y podían ser elegidos para todos los cargos: civiles y militares. Incluso se llegó a sortear los cargos para ser más democráticos, porque si se elegían siempre recaían en los más brillantes oradores o en los que podíamos llamar los líderes sociales y económicos naturales en ese momento: los aristócratas.

    En el mundo romano hubo una democracia participativa a nivel municipal, pero no estatal, desde que comenzó el Imperio, porque los emperadores tenían un poder casi absoluto gracias al control del ejército, que muchas veces decidió quién debía ser emperador. Durante las Edades Media y Moderna la idea de que los sujetos activos de la política son los líderes naturales: nobles, guerreros y eclesiásticos, se consideró como algo evidente. Ellos debían gobernar, porque tenían prestigio, y como tenían prestigio y poder económico gobernaban, aumentando a su vez su poder económico y su propio prestigio. Solo con la llegada de las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa renació la idea de que en política los sujetos activos y pasivos deberían coincidir, aunque eso dejó de ser posible desde el mismo momento en el que esas revoluciones crearon los parlamentos representativos, en los que unas personas -siempre hombres- actuaban en nombre de la mayoría de la población, que había delegado en ellos esas funciones.

    En las democracias representativas nace la figura del político -hasta hace poco exclusivamente un hombre-, que no deja de ser un ser humano peculiar. El político democrático no legisla ni gobierna por ser un líder natural, como los lores de la Cámara de los Lores de la revolución inglesa. Y en los parlamentos democráticos no puede haber cupos para diferentes grupos considerados "orgánicos" o naturales, como el clero, los militares, los empresarios o los cabezas de familia de algunas mal llamadas democracias orgánicas. Y eso es así porque en los regímenes parlamentarios se parte de la idea de que todos los ciudadanos son iguales y ninguno vale más que otro, por lo que todos pueden ser intercambiables. A esa igualdad la llamó Aristóteles igualdad aritmética. Pero la igualdad aritmética esconde una contradicción, como sabía ya el propio Aristóteles. Y es que en un país hay ricos y pobres, personas con poderes e influencias de distinto tipo, lo que hace que mientras que en el cuerpo político cada miembro es igual a los demás, por el contrario en la realidad predomine la desigualdad sobre la igualdad, lo que se debe intentar contrarrestar con medias políticas y económicas, si queremos una sociedad justa.

    Pero el problema no es solo que las sociedades imaginen o finjan la igualdad en el juego político, sino que ese mismo juego lo protagonizan unos pocos, los que son elegidos, que vuelven a ser los auténticos sujetos activos de la política, de un modo absoluto, o relativo, si es que deciden facilitar la participación popular con distintos medios, pero aun así la distancia seguirá siendo insalvable. Es inevitable. No parece haber otras fórmulas que consigan eliminar esa distancia, como lo fueron las democracias populares, porque en ellas el sujeto activo de la política era el partido comunista, y el sujeto pasivo el resto de la población. Por eso tenemos que reconocer, siguiendo a Karl Popper, que la democracia parlamentaria es el peor de los regímenes políticos existentes, siempre que excluyamos a todos los demás. O sea, que es un mal necesario.

    El mal de la política no es otro que el mal de nuestras propias vidas en las que cada día tenemos que decidir una cosa u otra, y en el que hemos de asumir nuestros errores y aciertos. Pero ese mal, o bien, puede aumentar o disminuir. Y de la misma manera que podemos enmendar nuestros errores, también se pueden corregir los defectos evidentes de nuestra vida política y nuestros políticos, que se han situado en el borde del abismo del descrédito, al convertir la política en un mero ajedrez de la perversión.

    Los políticos representativos han de ofrecer a los sujetos pasivos de su política ideas y programas que permitan transformar el mundo para mejor, ya sea mejorando lo que es bueno - que es mucho- o corrigiendo y extirpando lo que es malo, que es y debe ser minoritario. El problema es que si en realidad nadie tiene ideas válidas para transformar la realidad, porque en el fondo todos piensan lo mismo en el terreno económico, social, político, militar, educativo y cultural, entonces lo único que se dirime es quién va a ser elegido para administrar un sistema que ya no es política, sino mera administración. Una administración necesaria de unos recursos ingentes. Los políticos pervertidos saben que en realidad nada va a cambiar, ni ellos quieren que cambie. Saben que ellos son los sujetos activos exclusivos, que tienen que convencer a los sujetos pasivos de sus ideas y virtudes. Pero, claro, si no tienen ideas que confrontar en serio con sus rivales futuros, ¿cómo pueden legitimarse para ser elegidos? Ellos no son líderes naturales: ricos, eclesiásticos, militares, empresarios. No puede serlo porque no sería democrático pedir que los eligiesen para ser líderes, porque ya lo son. Tienen que fingir que son como los demás y que todos somos iguales. Entonces ¿cuáles son sus virtudes, ya que ideas parece que no tienen? Sus virtudes consisten en predicar que han de ser virtuosos, frente a otros que no lo fueron, ni lo son. De este modo la virtud de cada cual es solo el vicio de su rival. Y por eso el juego político se reduce al juego del honor perdido de todos y cada uno y a una virtud que no es la propia sino solo la negación del vicio del otro.

    ¿Cómo se pueden pervertir los sujetos activos de la política? Básicamente administrando mal, ya que ideas políticas nuevas parece que no hay. Y administrar mal es hacerlo de modo desigual a favor de unos pocos, o quedarse una parte de los bienes que se administran. Por eso los políticos pervertidos prometen dar más a todos y repartir mejor lo que pasa por sus manos. Si la cosa estuviese clara se vería quién reparte mejor, pero no lo está porque las finanzas públicas y el mundo de la economía son muy complejos. Y por eso para derrotar al rival el político pervertido tiene que demostrar que el otro se ha quedado parte del dinero público a base de comisiones, cohechos y prevaricaciones, poniéndose al servicio de los ricos y poderosos y no de los sujetos pasivos de la política. En sí eso ya es repugnante, pero si a esa perversión le damos un toque sexual con negocios en burdeles, introducimos por el medio algo de droga, añadimos violencia y guerra sucia, el éxito será total. Y podremos decir: eres un pervertido, luego yo soy virtuoso. De momento, claro, porque la guerra del honor perdido se libra en dos frentes: contra los partidos rivales y contra mis rivales en mi propio partido, razón por la que el juego de la perversión puede pasar de ser un arte a convertirse en una verdadera ciencia de las cloacas.

    (*) El autor es catedrático de Historia Antigua de la USC

    17 nov 2018 / 20:32
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito