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Francisco J. Buide del Real

Por Francisco J. Buide del Real, Director del Archivo-Biblioteca de la Catedral de Santiago

En el origen de la Catedral de Santiago está la Tumba Apostólica y su hallazgo, ‘Inventio’, a inicios del siglo IX. Desde el primer momento se encomienda a una primera comunidad monástica el cuidado de los restos de Santiago y sus discípulos, especialmente en lo espiritual y religioso con el culto. Por otro lado el obispo de Iria tendría su colegio o comunidad de presbíteros que colaborarían con él en la gestión de la diócesis y la sede episcopal. Muy pronto se trasladará a Santiago, de forma que ya en el siglo XI podremos hablar de un cabildo, “capítulo” compostelano que gradualmente irá desplazando a la comunidad monástica que seguirá presente.

A lo largo del siglo XII al crecimiento de la ciudad y la basílica, con el inicio de la románica, le acompaña igualmente la consolidación de dicha comunidad de canónigos incluso con vida en común. No olvidemos que uno de los puntos de reforma de la Iglesia universal en esa época es la promoción de comunidades donde el clero secular, no religioso, aspira a llevar una vida conforme al ideal evangélico de la Iglesia, recurriendo para ello a la comunión de vida, en la oración y los bienes. La lista de santos que buscaron esa perfección es larga desde el mismísimo san Agustín y su regla de vida común. Vivirán juntos en la casa “canónica”, que dejará su impronta indeleble en la toponimia urbana como “conga” para los sucesivos edificios y la misma rúa.

Las fundaciones sucesivas fortalecerán el cabildo: los reyes por supuesto, aunque no siempre sin pedir su apoyo a cambio; pero también muchos fieles con medios o incluso humildes. La tensión respecto al origen político de muchos bienes llegó hasta la modernidad: aún hoy día las “desamortizaciones” de recursos en el XIX hacen resentirse el desempeño de las responsabilidades en manos del Cabildo, como la conservación y divulgación del propio Archivo y Biblioteca, la Cultura o el propio culto y música. Una vez más la piedad particular saldrá al encuentro para sostener esta comunidad.

El Cabildo, como toda comunidad religiosa, es la historia de un constante ejercicio de renovación y reforma. La de Gelmírez será grandiosa, al menos en el proyecto de la Historia Compostelana o la descripción del Calixtino, y otros arzobispos medievales posteriores como Rodrigo de Padrón o Berenguel de Landoria lo conseguirán mantener alto. Otros períodos sometidos a guerras o pestes la verán resentirse. En todo caso la Catedral, el santuario apostólico y sus peregrinaciones, y la propia pastoral diocesana que irradia del propio Apóstol son proyectos comunitarios y colegiales, capitulares también y no sólo de la única personalidad del arzobispo. Si las mencionadas personalidades, y otros arzobispos grandes en la historia supieron fortalecer el cabildo, en otros tiempos fueron los propios miembros en ennoblecer nuestra historia directamente.

Los propios cargos capitulares ejercerán esa función también diocesana hasta los tiempos modernos de reorganización curial. Cardenales (celebran en el altar sobre el Apóstol), arcedianos (‘archidiáconos’), vicarios, doctorales o lectorales, etc. que aportarán a la diócesis gestión pastoral, administrativa, y su minuciosa labor deja detalladas descripciones para la historia como Jerónimo del Hoyo. Pero también estudio, sabiduría y formación, predicadores, profesores, historiadores y archiveros, chantres o músicos. Algunos grandes nombres quedan en capillas y obras de arte, a la par de arzobispos. Otros nombres marcan el hilo del mejor quehacer histórico-cultural como Antonio López Ferreiro.

Los esfuerzos de reforma y constante actualización que atraviesan toda la historia de la Iglesia, también compostelana, implicarán tensiones incluso con el propio arzobispo, y el esfuerzo por hacer que el cargo, por momentos dotado de prestigio y rentas apetecibles, nunca se alejara de la carga pastoral y la dedicación humilde y constante del presbítero que lo tenía. Como anécdota, el propio cabildo tenía sus medios de supervisión, como todo aparato administrativo debería recordar hasta nuestras actuales administraciones públicas. “Oh Beate Jacobe!” es una invocación piadosa pero también el nombre de la pena o multa al canónigo que en el culto, reunión o funciones no se comporta o habla como es debido, por no hablar de los cómputos de horas de asistencia, acompañamiento al coro y culto, y otras obligaciones que se repartió el Cabildo al servicio de la Catedral. Por supuesto, se señalan como anécdota las faltas porque el cumplimiento hizo noble historia en muchos miembros.

Con la Catedral restaurada y la atención en su edificio y arte, la “fábrica”, merecen un lugar especial los fabriqueros. Cada nueva época y estilo quedó reflejada sobre el románico de base. Las esculturas góticas como la capilla de D. Lope de la que hoy queda la imagen gótica de su entrada (hoy capilla de la Comunión). Los portales platerescos y el propio Claustro y su fachada de Platerías. El nuevo coro de madera y reutilización de figuras de Mateo del coro pétreo, siendo fabriquero D. Alonso López. Las distintas fases de la futura torre Berenguela a las puertas del barroco. José Vega y Verdugo, en la segunda mitad del XVII, introdujo de pleno en el barroco entre esplendor y profusión artística decorativa, y racionalidad de uso y formas, con grandes arquitectos como Domingo de Andrade. Francisco Verdugo le seguirá décadas después. Cuando la Catedral parecía abandonar aquella época sin los recursos pasados, en el siglo XIX y el XX surgirán canónigos ilustres de gran formación y cultura que, sobresaliendo López Ferreiro, redescubrirán la tumba y situarán a Santiago al nivel historiográfico y arqueológico que corresponde mundialmente.

También la Biblioteca se enriquecerá enormemente: la actual sala, en el museo junto a la sala Capitular, es muestra de la recuperación moderna de un patrimonio bibliográfico sufrido y no suficientemente cuidado antes. Ya en el XV el chantre Alonso Sánchez de Ávila la dotó, pero fueron el maestre escuela Diego Juan de Ulloa y el prior de Sar Pedro Acuña y Malvar quienes le dieron su cuerpo actual entre los siglos XVIII y XIX.

En el siglo XX y recientemente los nombres de los canónigos figurarán en la memoria de peregrinos nacionales y de todo el mundo, cordialmente escuchados y acogidos, pero también de infinidad de doctores de nuestra Universidad y muchas otras de Europa o América que hoy son expertos jacobeos, medievalistas o de arte gracias a la disponibilidad de archiveros, fabriqueros, secretarios capitulares, etc. Hubo un tiempo en que los canónigos eran, formalmente o sólo popularmente, los párrocos del gran “pueblo” de Santiago que tuvo en la Catedral su iglesia siempre.

Puede que incluso hubiera sus discusiones (y alguna batalla) entre el arzobispo y el pueblo compostelano, con los capitulares en uno y otro lado. El propio López Ferreiro llevó a cabo su exploración arqueológica en disparidad de pareceres, pero con claridad de ideas. Pero la mayor sabiduría o fortaleza, aunque no fuese evitar las tensiones en sí sin más, sí fue superarlas hasta donde hoy estamos, recordando que siempre que de Iglesia hablamos, hablamos de la comunidad en servicio al pueblo de Dios. Al servicio, de hecho, de todos, extranjeros y gentiles también, como ya reza el Calixtino.

17 abr 2021 / 01:00
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