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El cocinado de un ‘talent’

    LOS RELATOS se imponen a cualquier otra cosa, incluyendo los concursos de talento. Ahí tienen ‘MasterChef’ que ha finalizado una edición de famosos con toda una trama de amores y odios cruzados. No es nuevo, eso está ahí desde siempre. Pero se necesita un argumento, más allá de cocinar merluzas, se necesita un enfrentamiento, un enredo, una cosa. Una alteración.

    En la edición de concursantes ‘normales’ (o sea, anónimos hasta que llegan allí), esas tensiones también surgen, porque la televisión las ha naturalizado. Eran habituales en la telerrealidad, donde no había lugar casi para otra cosa. La vida entendida como un combate continuo, siempre por menudencias, por cositas pantalleras, por broncas impostadas. No sé cuándo se jodió el Perú. Tal vez todo empezó en ‘Moros y Cristianos’ (nada que ver con Morientes o Ronaldo), o en algún formato así, de lo que ya nos parece la Prehistoria.

    Pero se hizo moneda común el aspaviento y el gesto desabrido y la bronca. Eso vino para quedarse, y las redes luego lo alimentaron, como si fuera la única forma posible de vivir y de llamar la atención. Muy pueril. Hoy la política lo ha incorporado plenamente, por eso Casado insistía en que la política no puede ser un ‘talent show’, aunque, claro, una cosa es decirlo y otra llevarlo a cabo. Que todo acabe en cabreo, en bronca, no sólo aburre, sino que indica muy poca imaginación. Pero es la tendencia, y se diría que, cuando no hay trifulca y quilombo, muchos se decepcionan.

    ‘MasterChef’ es un concurso de cocina, pero tal vez no se puede quedar en eso. Tiene mucho éxito, lleva años teniéndolo, pero sigo pensando que las recetas y los platos son en muchas ocasiones secundarios, sobre todo si se les puede sacar más jugo y más salsa a las personas, o más bien a los personajes. No es un reproche. Es admitir la cuota teatral, el espectáculo, que naturalmente es de lo que se trata.

    No quedan los fogones en segundo plano, no son irrelevantes. Eso no. España tiene muchos programas de cocina, nacionales, autonómicos, regionales, lo que se quiera. Y algunos muy buenos. Y hay canales exclusivos de cocina. Y unos documentales, en los que se combina la gastronomía y la belleza del paisaje, que merecen mucho la pena: ¿han visto ‘El viaje de Gino en el Expreso’? Oro puro televisivo, en torno al norte de Italia. Y sí, también está Chicote, en otro tono. Y así, hay legión.

    Quiere decirse que la cocina tiene una amplia representación catódica, más allá de los clásicos populares. ‘MasterChef’, claro está, se diferencia de todo eso. Es un formato global que vive más del factor humano, de que el horno no esté para bollos, por ejemplo, pero en sentido figurado. La edición de los famosos es pródiga en guiños así, pero también las otras ediciones. Yo diría que hasta la extenuación. Demasiada bronca gratuita, demasiado maniqueísmo simplón, que se ha trasladado, claro, a la esfera pública.

    Es verdad que sólo es un concurso, televisivamente muy bien construido. Vale. ¿Es necesario construir también una historia, un relato? Me temo que sí. La enemistad entre Miki Nadal y Juanma Castaño, que devino en amistad y camaradería de fogón hasta alcanzar el clímax final, puede creerse o no creerse, pero es parte del drama y de la comedia que allí se cocina. Que ambos llegaran a la final y encima empataran, sólo puede entenderse como el producto de un guion emotivo de fácil consumo, ya fuera real o el resultado del devenir de los acontecimientos. Tanto da. Ya dijo Nadal: “La cocina es un ejercicio de tranquilidad”. Viendo este ‘talent show’, quién lo diría.

    02 dic 2021 / 01:00
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