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El decorado de diciembre

    NOVIEMBRE nunca me ha gustado, tan funerario, gris y desabrido. Así que, tras mucho demorarse, está bien que se haya ido con viento fresco. Salvo por las nueces y las castañas, que son joyas irremplazables brillando en las copas de los árboles. Leí que está habiendo una plantación masiva de nogales en España, lo cual, de ser cierto, me parecería maravilloso. Porque he notado gran escasez en los últimos años, cuando era un fruto muy amado en mi infancia. Me preocupan estas cosas. Como cuando Joan Manuel Serrat decía “que las manzanas no huelen”. Y de eso han pasado ya treinta años.

    En realidad, aquella canción de Serrat, 20 de abril, lo decía ya casi todo: “Que las manzanas no huelen / Que nadie conoce al vecino / Que a los viejos se les aparta / Después de habernos servido bien. / Que el mar está agonizando / Que no hay quien confíe en su hermano / Que la tierra cayó en manos / De unos locos con carné / Que el mundo es de peaje y experimental. / Que todo es desechable y provisional”. ¿Se atreven a quitar una coma? Yo no. No se me ocurre una descripción más exacta de las cosas.

    Así que hoy diciembre se abre ante nosotros como la última vuelta del camino de otro de esos años difíciles. No nos ha concedido tregua este comienzo del siglo XXI, y aún podría parecer leve en comparación con el siglo anterior, ese auténtico paisaje de sangre y derrota. La pandemia nos ha sumido en cierto silencio, en una desconfianza creciente en el presente y, por supuesto, en el futuro.

    La política sigue su curso, es cierto, insiste en su gran espectáculo de ruido y furia, necesita desesperadamente atención mediática, porque hoy todo se resume en las luces de las pantallas que debemos mirar, pero ¿podemos dársela? La realidad se va separando más y más de todo lo prometido. Y existe el temor de que esa separación se vaya haciendo insalvable. Existe el temor de que triunfe la resignación, que es la mayor de todas las derrotas.

    Diciembre, con todo su artificio, nos acoge desde hoy con la promesa de su coda navideña, donde se enchufan las bombillas y se desenchufa un poco esa realidad frustrante. Algunos lo conciben como un paréntesis, y otros desean que pase cuanto antes, que llegue ya el nuevo año, como si el mito de la renovación fuera a cumplirse, como si bastara con arrancar una hoja del calendario.

    No quiero restar alegría, con la poca que tenemos, pero tampoco creo mucho en la felicidad a plazo fijo y a tiempo tasado. Diciembre no es necesariamente un cul de sac, pero sí una esquina final en la que se acumulan las hojas muertas del desengaño. El viento herido nos va dejando ese material para el reciclaje, las frases de la política que durante doce meses han crecido como una vegetación imparable a nuestro alrededor, ahora, en su mayoría, ramas secas de invierno que vendrán a alimentar las últimas hogueras, donde calentarnos del frío de la historia.

    Diciembre se merece una mirada compasiva, pero mientras las luces se iluminan (necesitamos luces, sí, pero son otras), mientras la pandemia no se rinde y nuevas variantes aparecen, mientras los desfavorecidos crecen en todas las esquinas del mundo, el histrionismo avanza, las pantallas emiten insaciables ante espectadores perplejos. El decorado de diciembre no nos salvará del drama, pero, como cada, año, se hará lo que se pueda. Allá vamos.

    01 dic 2021 / 01:00
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