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El día después de mañana

    The Day After Tomorrow (Roland Emmerich, 2004) fue una de las primeras películas impactantes sobre los efectos del cambio climático. En el film, el paleoclimatólogo Jack Hall descubría que una enorme capa de hielo se había desprendido en los polos, pero todavía no era consciente de la magnitud de lo sucedido hasta que una gigantesca ola llega a Nueva York, donde se encuentra su hijo con unos amigos. A partir de aquí, se suceden una serie de sucesos que ponen los pelos de punta al espectador y que, seguramente, todos recordamos.

    Como el desprendimiento de hielo, la pandemia ha generado en la escuela una tormenta silenciosa que los docentes hemos intentado que no se convierta en ola gigante. Desgraciadamente, y como en un tsunami, en algún momento las ondas que se propagan en todas direcciones desde el lugar del terremoto pandémico llegarán a la costa, y sólo tendremos que esperar a los resultados de las pruebas PIRLS o a las de PISA para que nos hagamos conscientes de su magnitud.

    Quizás podríamos adelantarnos a los efectos del tsunami, comenzando a evaluar su impacto desde cada comunidad y a tomar medidas efectivas y suficientemente planificadas para el próximo curso.

    Lo que ya es un hecho es que las desigualdades educativas se han acrecentado y que, pese al esfuerzo titánico del profesorado, se han perdido meses de aprendizaje, se han paralizado muchas de las metodologías innovadoras que tanto ha costado llevar a las aulas, y que el desgaste emocional de docentes y alumnado está al límite.

    Mientras tanto, se vuelve a la normalidad, casi de golpe, en locales de ocio y bares, pero no en la escuela. ¿Será que la comunidad educativa aguanta lo que le eche o va a ser verdad que somos un país de pandereta?

    No queda la menor duda de que la escuela ha sido y es un lugar de protección clínica y emocional ante la pandemia, y lo seguirá siendo, aunque su labor no sea el centro de las portadas de los medios de comunicación, pero no se ha considerado uno de los sectores prioritarios en la vuelta a la normalidad.

    Parece que los comités clínicos y asociaciones de pediatras están empezando a darse cuenta, pero en este caso sin cambios radicales y rápidos, del impacto que mascarillas, mamparas y confinamientos han provocado en el desarrollo emocional y cognitivo de los jóvenes y en el aprendizaje de las futuras generaciones. ¡Bienvenidas sean estas acciones!

    Lo que está claro es que aunque queda mucho para conocer el impacto real de la pandemia en la escuela, debemos prepararnos para sus efectos y empezar a mitigarlos.

    Contamos con las familias y con la vocación y la profesionalidad de un colectivo que, aún exhausto, seguirá en silencio, con esfuerzo y sin grandes titulares, preparando el terreno para las consecuencias del tsunami.

    También ayuda que los centros tengan mayor autonomía con la nueva ley educativa y que se planifiquen y pongan en marcha los mecanismos que se consideren más apropiados para recuperar el tiempo perdido.

    Ojalá que el dinero que Europa ha enviado se invierta, prioritariamente, en educación.

    Mientras tanto, conservamos la esperanza de que acabaremos como Jack Hall, salvando la situación. Esperemos que, como en la película, también seamos capaces de concienciar a la sociedad de la importancia de la escuela.

    23 feb 2022 / 01:00
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