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¿El fin de una era?

CREO sinceramente que lo que acaba no es un año más, o por lo menos no debería. Estamos sin duda, aunque no podamos o no queramos verlo, asistiendo al fin de una era, y quizá ya es hora de dejar de ser espectadores pasivos y empezar a ser protagonistas de este futuro que se nos ha echado encima. Por eso voy a compartir algunos pensamientos que creo deben servirnos para reflexionar, para dejar de ser marionetas de un sistema al que solo le importa su propia subsistencia. Un sistema creado hace ya muchos años por las élites económicas, para las que los seres humanos somos únicamente su fuerza de trabajo y sus clientes. ¿Puede haber mayor perversión, que la de hacer a alguien producir algo a un bajo coste para luego, empaquetárselo, etiquetarlo y vendérselo muy caro?

Llevamos muchos años asistiendo a cómo en los colegios se enseña a consumir en vez de a producir, a imitar en vez de a crear, memorizando cosas todo el tiempo, cuando se sabe que lo aprendido así, excepto la tabla de multiplicar por repetición infinita durante años, se olvida al poco de haberlo aprendido y no sirve para nada. Todo es teórico. Nada es práctico. Se enseña a tener, en vez de a ser. Asignaturas que científicamente está demostrado que tienen una relevancia fundamental para la vida, por lo que aportan para la salud, para el desarrollo neuronal, psicoemocional, psicosocial, como son educación física, la música, el dibujo, la filosofía... son tradicionalmente relegadas a un segundo plano de importancia, o directamente eliminadas de los planes de estudios.

El poder no quiere ciudadanos libres, creativos, formados en lo fundamental, cultivados, reflexivos, que desarrollen pensamiento crítico. Solo quiere consumidores de los mismos productos que ayudan a fabricar. Y así nos va: a ellos, a los que dirigen el sistema, muy bien, y a la gran masa social, muy mal. ¿Por qué lo se? ¡Porque lo sabemos TODOS! No hay más que acudir a las cifras que desde la pandemia, no han dejado de salir sobre los trastornos de salud mental de la población, pero la trampa es que hemos asumido que como todo el mundo está mal, en el sentido como mínimo de una latente insatisfacción vital , pues eso hace que cuando lo pensamos individualmente, no nos veamos tan mal a nosotros mismos, ¿verdad?, haciendo bueno ese antiguo refrán que dice: “En el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey”. Y sí, mejor tuerto que ciego, pero es que ¡no hay razón para que aceptemos que como la gran parte de la población está ciega, metafóricamente hablando, y yo solo estoy tuerto, no me va tan mal!. Es evidente que es una aberración pensar así, ¿verdad?

Pues hasta para eso, nos hemos dejado engañar: “Bastante es que yo tenga trabajo, con todo el paro que hay, aunque mi sueldo solo me permita subsistir y poco más”, nos conformamos. Por otro lado, como de repente, la muerte se acabó haciendo presente hace dos años en todos los telediarios y portadas de los periódicos. ¡Y ahí ya si!, todos acojonados porque veíamos la muerte de cerca, y había que hacer lo que fuera, o mejor dicho nos dejamos hacer lo que fuera. Todos encerrados, todo paralizado, millones de personas que dependían de salir cada día a trabajar para comer, que tenían que levantar la persiana de sus negocios, de sus oficinas, pasándolas putas...

Todo con buenísima intención, que duda cabe. Había que salvar vidas, nadie lo discute, pero por el camino se perdieron muchas otras, muchísimas... algunas en forma de desesperación vital, otras en forma de problemas cardiacos no tratados, terapias suspendidas o retrasadas, cánceres no detectados a tiempo, intervenciones quirúrgicas fatalmente aplazadas, miles de tratamientos psiquiátricos no prescritos... la lista es interminable. Pero esas muertes no han abierto telediarios ni han sido portadas de periódicos un día si y otro también, ¿verdad? Y pasado el fragor pandémico de la batalla, nos damos cuenta de que el mejor sistema sanitario del mundo es una mierda, sostenido sólo por el corazón y la ética de unos profesionales sanitarios, que resultan ser la profesión con la tasa de suicidios más alta de todas, y con una salud mental deteriorada por agotamiento, la presión, frustración, impotencia... de ver que no se están tratando ni las enfermedades ni a los que las padecen como se debería. ¡Y esto es un hecho reconocido e incontestable!

Y cuando la muerte, mejor dicho, los que han decidido que la tuviéramos hasta en la sopa durante dos años y pico, se quitaba de nuestros ojos, y ya sólo se mueren cada día 1.235 personas en España (espero que se entienda la ironía), que es la tasa de mortalidad habitual, de repente viene el asesino del Kremlim, e invade Ucrania. Pero tranquilos, que cuando la presión sobre la población es muy alta, ya llega el Mundial de Fútbol, que acompañado por la tasa de alcohol suficiente, son un ansiolítico y antidepresivo cojonudos, que ríete tú de las benzodiacepinas y de los inhibidores de la recaptación de serotonina (que no quiero decir marcas comerciales, para que no se me enfaden las que no nombrase, por si me tienen que patrocinar algo). Ah! ¿que el mundial es en Catar?, y a quien le importan unos miles de muertos más o menos en la construcción de los estadios, unas cuantas mujeres oprimidas más o menos... ¡Bah!, ¿qué son los Derechos Humanos comparado con las migajas de dólares (para ellos), que aportan los países árabes en forma de inversiones y contratos? ¿De verdad nadie es capaz de ver la similitud entre las grandes competiciones de fútbol, cuasi permanentes y omnipresentes en nuestro espacio-tiempo, con el circo romano, en la que repartían pan y vino a la muchedumbre durante semanas y semanas?

Hemos llegado a ese punto de anestesia y de aceptación social de decadencia, dejadez y desidia, que nos dejamos literalmente drogar con todo aquello que nos haga no pensar y nos aleje del sufrimiento, sin darnos cuenta del efecto rebote que esto provoca en nuestras vidas. Hemos confundido de manera muy grave el concepto de vivir el ahora, que en su más profundo mensaje plantea la necesidad de estar presente en cuerpo y alma en cada momento, de no procrastinar, de comprender el privilegio de vivir cada día y lanzarnos con pasión a ser la mejor versión de nosotros mismos con, y ante la desesperanza de un futuro incierto, la falta de un propósito trascendente y la ausencia de sueños... lo hemos confundido como digo, con vivir ese presente como una suerte de montaña rusa de emociones que nos provean de gratificaciones inmediatas.

Es demasiado obvio ver, solo hay que fijarse un poco para darse cuenta que esta sociedad es un Titanic que va directo al iceberg, sin botes salvavidas para todos, peleando por ver quién lleva el timón, separados por facciones, que en la ceguera y ambición de sus líderes, pretender excluir a los otros, siendo tan estúpidos que no ven que nos vamos a hundir todos... casi todos. Ellos, los poderosos, cada vez que se presente una situación compleja, harán como el cobarde de Schettino, que abandonó el Costa Concordia provocando que murieran 32 personas. ¿Y qué podemos o qué debemos hacer ante este panorama?

Lo primero ser conscientes. Reconocer que vamos hacia el iceberg y que no podemos ya frenar a tiempo, aceptar que vamos a chocar. Después, rechazar el alcohol y las drogas que nos suministran para que no nos rebelemos. A continuación reflexionar y pensar bien en nuestras posibilidades. Al hacerlo, surgen ideas aunque parezca imposible. Luego compartirlas con los otros pasajeros que están en nuestra misma situación. De ahí surgirá la fuerza que produce la unión, y nuevas ideas. Más tarde obligar a los que mandan (unidos somos muchos más que ellos, por eso tratan todo el tiempo de desunir con religiones, partidos políticos, autonomías, equipos de fútbol, etc, etc, etc..., y nosotros nos dejamos), a que pongan todo su conocimiento y sus medios técnicos y económicos al servicio de TODOS, empezando por los más vulnerables para que NADIE se quede atrás.

Y por último, conjurarnos con la decisión de que o nos salvamos todos o nos hundimos todos. Y cuando eso sucede se multiplica por mucho la inteligencia, la fuerza, las ideas, el compromiso, la esperanza. Yo lo sé, porque lo viví en África, y lo cuento en Renacer en los Andes, cuando junto a mi amigo José Manuel Armán estábamos a punto de ahogarnos y nos conjuramos a que, o nos salvábamos los dos o moríamos los dos. Estoy completamente seguro de que es la única opción que tenemos para construir un futuro aceptable para todos, si no estamos abocados al sufrimiento colectivo, del que sólo escaparán los que no nos quieren ni despiertos ni libres. ¡Feliz Año!

02 ene 2023 / 00:00
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