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El fuego afuera

Somos arboricidas hasta en la forma cívica de ordenar, como un parque urbano, la naturaleza circundante. Recordemos que la manida deforestación comenzó por nosotros, eliminando en los humanos cualquier selva de humedad, de maleza y ambivalencia. Debido a tal mutilación hoy cuesta un poco llegar al corazón de cosas y personas, lograr que alguien responda según sus sentimientos y se exponga con ellos. Después de siglos de evolución, iluminadas las metrópolis por mil brillos que han de mantener a raya la noche, es como si hubiéramos llegado otra vez a perder el fuego, el ardor espontáneo de cuerpos y mentes, la radiación interna de las situaciones y las intuiciones. El más elemental sentido del humor parece haberse retirado a franjas horarias no contaminantes, bajo un programa seguro, enlatado y anunciado. Acaso el significado último de nuestra ideología progresiva sea este, llegar a abandonar el fondo de sombra, de duda y aventura, del que brotan las pasiones espontáneas de los cuerpos.

Fijémonos en cómo queremos ordenar los entornos, las líneas de los árboles y la trazabilidad de los recorridos animales. Hemos perdido la fe en el aura de lo visible, en el significado del desorden terrenal y en la inteligencia de los sentidos. Tal vez todo nuestro espectacular despliegue de fogonazos, noticias, titulares y efectos virales, sea el encorsetado sucedáneo de un fulgor real que hemos dejado en el camino, en algún quiebro de esta acelerada carrera de escape. Quisimos dejar a atrás todo lo que sea desorden, arrugas y mezcla, bosque de los sentidos o irregularidad emocional. Por eso hemos de recuperar un simulacro de ímpetu y fuerza en los videojuegos, el sexo programado, el espectáculo televisivo y nuestras campañas de limpieza militar a distancia.

De ser así, la incomprensión beligerante que mantenemos antes tantas culturas exteriores, también la rusa, tendría que ver con nuestra cabeza buscadora, una puritana aversión protestante hacia las fuerzas telúricas que todavía perviven en nosotros. Es incluso un poco triste que tantos intelectuales que hasta ayer presumían de “freudianos” se abonen hoy a esta campaña de higiene cultural y corrección política, de diseño preferentemente angloamericano, que debe eliminar en nosotros todo lo que no sea estrategia y actualización veloz, sonrisa e indiferencia despiadada.

El maltrato sistemático de la pobreza en la población blanca, negra e hispana, que ejerce la nación elegida por Dios es un índice de la aversión moderna a todo lo que no sea segura geometría, imagen, velocidad y líneas de diseño. No nos vale cualquier oscura criatura, salvo que sirva de mascota vacunada e higienizada. O ejerza de víctima lejana, con la que podemos volcar en ella una cómoda solidaridad a distancia que gestiona seres inofensivos en recintos aislados y con guantes de protección.

20 mar 2022 / 01:00
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