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El fútbol: ¿un nuevo orden?

    MÁS allá de la extrañeza de este Mundial de fútbol, los resultados están revelando algo. No soy de los que suelen mirar dentro de las vísceras de las aves futbolísticas, porque creo que hay indicadores más relevantes para interpretar el mundo y adivinar su futuro, pero he llegado a la conclusión de que la evolución de algunas selecciones no es una cuestión baladí.

    ¿Refleja también el fútbol los cambios en el orden internacional? Bueno, para ello tendría que estar China, dirá alguien, y China no está. Tampoco Rusia, por otras razones. Lo que parece indiscutible es que poseer el fútbol, tenerlo como show, es sin duda un síntoma de poder, forma parte de la lucha por tener un lugar en el mundo. Catar, sin duda, ha querido tener el Mundial por esto, aunque su selección no haya podido estar a la altura. El fútbol de elite, o más bien, el fútbol como gran espectáculo contemporáneo, actúa como una especie de herramienta que puede servir para instalarse en una modernidad, siquiera efímera, siquiera ornamental.

    Y así, los estadios de fútbol son hoy las modernas catedrales, mucho más que los grandes centros de ocio y comercio. Como las pirámides, como las grandes obras clásicas, incluso parece que tienen su propia y dura historia (eso leo, al menos), pero lucen en la pantalla como ofrendas al futuro, como objetos de deseo, superando en belleza e imaginación a occidente, que de eso se trata. Esa colección de estadios rutilantes que vemos estos días, donde no está mal colocada ni una brizna de hierba, es también una metáfora, claro, es un mensaje, también. Y una exclamación evidente: “¡será por dinero!”.

    El éxito, al menos momentáneo, de algunas selecciones asiáticas y africanas también resulta revelador. Muchos dirán que la cosa tiene truco: la mayoría de sus jugadores no participan en las ligas de sus países, sino en otras, especialmente en Europa. Algunos de esos jugadores de Ghana, Senegal, Camerún, Marruecos o Túnez, por ejemplo, son figuras en sus clubes, lejos de África.

    Pero tal vez no cabría decir lo mismo de Arabia Saudí, que ha tenido un desempeño notable y sorpresivo, o incluso de Japón, que ayer ganó a España en un partido muy gris de nuestro equipo (aunque uno de los goles nipones no parezca excesivamente legal). Si no me equivoco, muchos de sus jugadores forman parte de sus ligas nacionales. ¿Se está invirtiendo la geografía mundial del fútbol? ¿Es un síntoma de algo más? ¿Se puede medir la modernidad también de esta manera? ¿O, al menos, el intento de incorporarse al mapa global?

    He aquí el fútbol, y también la organización de grandes eventos en torno a él, entendido como poder, y como contrapoder. Entendido como herramienta poderosa para penetrar en la tradicional hegemonía occidental. Y para mostrarlo a la población. Incluso las selecciones latinoamericanas muestran debilidades quizás inesperadas. África y Asia, especialmente, reciben entrenadores occidentales, pero también cuentan ya con un gran plantel doméstico.

    Ese fútbol atlético y vertiginoso, desplegado por selecciones que parecían invitadas a irse cuanto antes (alguna se va, es cierto), viene a hablar de un nuevo orden. Habla del fútbol definitivamente globalizado, pero, al tiempo, del fútbol utilizado como vehículo para engancharse a una modernidad fácil de percibir, sea o no efímera, y, sobre todo, habla del renovado orgullo de algunos países frente a las que fueron en otro tiempo potencias coloniales.

    02 dic 2022 / 01:11
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