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El hombre perfecto

ESCUCHAMOS o leemos alguna de ellas a menudo. Y desde hace décadas. Por eso agradezco sobremanera poder realizar este experimento periodístico, al que le tenía ganas hace tiempo, para agrupar en un mismo texto las más divulgadas.

La Organización Mundial de la Salud se autodefine como un organismo de Naciones Unidas, fundado en 1948 con el objetivo de “alcanzar para todos los pueblos el máximo grado de salud”; entendiéndola como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como ausencia de afecciones o enfermedades”.

Pues, mucho antes de sus patinazos mundiales con la pandemia, la OMS ya nos dictaba recomendaciones para alcanzar una vida saludable: por supuesto, descansar al menos seis horas diarias; pero cada día también, beber entre un litro y medio y dos litros de agua; consumir al menos cinco raciones (unos 400 gramos) de frutas y verduras; dos o tres vasos de leche y de dos a cuatro raciones de lácteos; no más de cinco gramos de sal, ni más de 50 de azúcar. Además de repartir el aporte alimenticio entre un 55% de hidratos de carbono, un 30% de grasas y un 15% de proteínas. Sin olvidarse de una actividad aeróbica moderada o intensa de entre 75 y 300 minutos; y una exposición solar de unos 20 minutos en una superficie de piel equivalente a cara y antebrazos –eso sí, con crema solar– para mantener un nivel adecuado de vitamina D.

Pero la cosa no termina ahí. Más allá de los consejos del ente de la ONU, la mayoría de los expertos creen que debemos comer tres o cinco veces al día (en eso no se ponen de acuerdo); introducir en la dieta legumbres y cereales (a poder ser, integrales y no procesados); también, pescado blanco y azul –para lograr el nivel necesario de Omega 3–; ingerir unos 40 mililitros de aceite de oliva virgen extra (mejor, en su versión cruda); y no tomar el sol entre las doce del mediodía y las cuatro de la tarde.

Y en cuanto a la higiene personal, ducharse entre dos y tres veces por semana (por cinco minutos y con jabones neutros y sin perfume); lavarse las manos varias veces al día durante 20 segundos (sobre todo, antes de preparar comida, tras ir al baño o tocar mascotas, y después de toser o estornudar); lavarse los dientes tras cada comida –mínimo tres veces al día–; y mantener cortas las uñas de manos y pies.

Pero como les debía parecer poco, la Fundación Española del Corazón, por ejemplo, añade que es saludable comer un puñadito diario (unos 20-30 gramos) de frutos secos, crudos y sin aditivos. Distintas autoridades en lo de la nutrición, que no debemos consumir más de 0,8 gramos de proteína por kilogramo de peso (hasta dos, para las personas más activas). Y la mayoría de dermatólogos, que como mínimo utilicemos una crema hidratante para la piel todos los días de nuestra vida.

Si esa retahíla les llegase (que no), ¿qué pensarían de ella en el slum de Dharavi, en Bombai, o en la región del Wadjid, en la misérrima Somalia? Y aquí, sin ir más lejos, los muchos que cada mes se tienen que jugar a las chapas si llenan la nevera o pagan el inflamado recibo de la luz.

Aunque no sólo es cuestión pecunia-ria. También, de tiempo. ¿Cuántas ho-
ras al día deberíamos invertir para cumplir todas esas indicaciones? ¿Cuántas nos quedarían para poder trabajar? Y, ¿cuántas para ociar?

Por no hablar, claro, de las modas pasajeras (y al tiempo, cíclicas): ni un gramo de azúcar-algo de azúcar al día; un vasito de vino-ni una gota de alcohol...

No dudo que Günter Wallraf –el periodista alemán que se infiltró en Thyssen y en el Bild-Zeitung con identidad falsa para revelar irregularidades–, habría seguido todas las sugerencias a la vez para comprobar el efecto sobre su cuerpo. Pero no se lo aconsejo. Uno ya se pregunta si no será insano vivir atiborrado de frutas, verduras, agua, leche, lácteos, legumbres y cereales... pesando proteínas o cronometrando minutos de sol.

Sorprende que, en esta era de la ciencia multidisciplinar, nadie haya caído en la cuenta. Lo que por separado tiene todo el sentido, en su conjunto es un imposible que ríete de la encomienda de Jehová a Abraham, plasmada en Génesis 17.1. El patriarca judío tenía 99 años (todo un récord para la época) cuando se le apareció Yahvé y le espetó: “Yo soy el Dios todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”.

20 dic 2022 / 01:00
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