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El incendio como norma

    YA DECÍAMOS ayer que el ruido ha vuelto en cuanto ha tenido la más mínima oportunidad. También la bronca, el mal gesto, la realidad inflamada. Elementos de un mismo decorado del que algunos, al parecer, obtienen la medida exacta de lo que desean. El mundo controlado por el acojone colectivo, por el ruido chabacano, por la tensión permanente, por una verborrea tantas veces inane, aunque peligrosa. Los altavoces mediáticos y la presencia de las redes, ese totum revolutum del que algunos obtienen toda la información que manejan (lo cual quizás explique muchas cosas: hay que cuidar la dieta, sobre todo la de la mente), hacen que todo el mundo quiera hablar, diga barbaridades o no, ya sea con afán de contribuir al debate, lo cual puede ser muy loable, o con ese otro afán que no logro comprender, que es el de ir sembrando pequeños incendios allá por donde se pasa. Esa voluntad de pirómano de la realidad resulta de verdad incomprensible.

    Pero también es cierto que muchos no se percatan de que algunas frases, algunos tuits, incluso viniendo desde muy alto, allá donde todo debería estar pensado y repensado antes de atreverse a escribir una línea, se parecen demasiado a acercar la chispa a la realidad inflamable. Salvo que lo que pretendan, y así parece a menudo, es precisamente que todo se inflame.

    Todavía estamos en la pandemia y ya vuelve a los informativos el ambiente crispado, como si estuviera esperando el momento. La necesidad de hacerse notar a toda costa, en una sociedad sometida a las leyes de la propaganda continua y al egocentrismo estúpido como forma de imposición, produce estos graves sarpullidos verbales, muchas veces más estratégicos que otra cosa. Se juega con nuestra atención, con el brillo de las pantallas iluminadas, con esa atracción fatal de la disputa permanente, una forma de vivir a la que nos han acostumbrado en las últimas décadas. Los ciudadanos tenemos que aprender a ignorar todos estos anzuelos. Los cebos mediáticos han sido adoptados por la política, de tal forma que ya todo es todo, y todo se confunde. Sólo nuestra decidida voluntad de negarnos a participar en el juego de la tensión perpetua, o del incendio como norma, podría salvarnos del gran engaño, del que somos parte, pues aceptamos un lenguaje inaceptable.

    Esta falsa sensación de que participamos en la marcha de las cosas a través de los foros y las plataformas mediáticas se está volviendo contra nosotros. Somos receptores de una gran batalla, de tal forma que la sociedad se polariza como si tuviera que decidir siempre entre dos ideas contrarias y por tanto enfrentadas. Es el resultado de una sociedad que está siendo conducida hacia lo superficial y lo maniqueo, como tantas veces decimos aquí, porque eso conviene a muchos. El origen de estos incendios políticos que surgen por doquier es a menudo la falta de matices, la necesidad de que seamos ciudadanos que se mueven entre el sí y el no, entre el ‘like’ y el ‘dislike’. Sucede que nuestro cerebro da para bastante más: pero entramos en el juego.

    Así que ya ven: aún con la pandemia ocupándolo todo, algunos temas nuevos (o quizás no tanto) se abren camino. Y todos vienen con su pequeño incendio aparejado. No hay tregua. Ruido a todas horas, quizás a falta de más nueces.

    30 may 2020 / 23:56
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