El ingreso mínimo vital

MICHELET, el gran liberal francés del siglo XIX, al referirse a los tres principios de la Revolución de 1789 decía: “la libertad, sin igualdad, es una libertad injusta que solo conduce a la insociabilidad”. En efecto, la igualdad tendría que ser la meta primordial de todo Gobierno a estas alturas de la Historia. Joaquín Sabina, en una de sus canciones más significativas, cantaba aquello de “tenemos el lujo de no tener hambre”. No tener hambre no puede suponer un lujo, sino un derecho fundamental.

España, a pesar de ser el cuarto país de Europa más rico, es también uno de los que ofrece mayor desigualdad entre sus clases sociales: hay una profunda sima económica entre ellas. El Gobierno, en plena crisis global, ha aprobado la votación de una renta mínima para las clases más desfavorecidas.

Tiempo era; tal es así que la medida ha gustado a la mayoría de los partidos políticos, salvo a uno, lógicamente, llamado Vox, y es la voz de no sé qué. El razonamiento es que producirá un efecto llamada que traerá mucha gente al país. Para tratar de salvar esto, un dirigente habla, en inglés y francés, exhortando a que no venga nadie.

Tiene gracia este alarde políglota. Me trae a la mente la lectura de una anécdota referida a una tertulia madrileña en la que reinaba Ortega –como en todas partes– y en la que se habló un día de Salvador de Madariaga. Ortega, en uno de sus típicos ramalazos, dijo: “Ese hombre es tonto”. Alguien replicó: “pero si habla cinco idiomas”. Don José definió: “Más a mi favor: es tonto en cinco idiomas”.

Vox lo tiene todo, tontos incluidos, y xenofobia también. Temblemos ante un virtual Gobierno del que estos genios pudiesen formar parte. Esta crisis sanitaria y económica pasará factura, como la pasó la de 1908, sin culpa alguna del partido en el poder en ambos casos, pero es lo que hay en una democracia.