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El muerto

    CADA vez que hay un desaguisado importante, es proverbial echarle la culpa al muerto. Valdría la pena hacer un estudio, de esos inútiles y propios de muchas universidades de todo el mundo, para analizar cuántos tipos se han ido a la tumba, por voluntad propia o ajena, llevándose consigo la imposibilidad de dictar una sentencia condenatoria. Acto, el de morirse, gracias al cual se han librado del peso de la justicia otros implicados en la pillería, el desfalco, la prevaricación, etc. Para mí son muertos oportunos y siempre dudo de la realidad de sus defunciones.

    Los hay famosísimos y confieso que infinidad de veces he dudado de que tuvieran voluntad o motivo sanitario para morirse. No estoy diciendo que todos fueran asesinados. Por ejemplo, en su día sospeché que Jesús Gil y Gil, protagonista de desfalcos notorios, no falleció durante la operación Malaya. Lo he imaginado viviendo ricamente en cualquier paraíso fiscal y natural. Pero no me hagan caso, mi espíritu literario produce semejantes sueños de la sinrazón.

    Estos días he recordado a esos muertos oportunos, y la larga lista archivada en la desmemoria, al escuchar las declaraciones de acusadas y testigos del triste caso de la desventurada Cristina Cifuentes, expresidenta de Madrid, por la falsificación de su máster y documentos anexos.

    Si no fuera patético, resultaría divertido. El caso no da para más de un entremés de Lope de Rueda o de Agustín de Rojas, pero el tema es tan dramático y enredado como cualquier obra de Lope de Vega o Calderón de la Barca. Síganlo.

    Cifuentes fue víctima de la petulancia, la titulitis, la prepotencia y el tráfico de influencias. También de un punto cleptómano, que no hace al caso. El argumento de su caída puede tener todos los ingredientes de un drama, pero en él van a faltar las posibles inductoras desde su propio partido, quienes no saldrán de entre bambalinas.

    Pero eso sí, como en las comedias clásicas inglesas siempre era preceptivo contar con un perro divertido, en esta españolada disponen del muerto útil de rigor. Se llamaba Enrique Álvarez Conde. Creo que falleció de cáncer durante el proceso de investigación.

    24 ene 2021 / 00:00
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