El opio del pueblo

LA religión ha sido la protagonista de esta frase. Así, ha servido para, en sentido figurado, atribuirle buena parte de los males de la humanidad. Sin embargo, en Afganistán, el titular de aquí arriba pierde la metáfora y se convierte en realidad. La incalculable cantidad de opio cultivado por el pueblo afgano en su país y cuyos beneficios controlan los señores de la guerra, es la enorme fuente de riqueza que abastece a los talibanes. De esta forma, para aquellos que se pregunten de dónde sacan el dinero con el que se arman, aquí tienen la contestación y que no es otra que la producción de un bien de primera necesidad para el consumo de la sociedad occidental desarrollada. Fuera hipocresía.

La otra gran duda sociológica está en cómo es posible que ni rusos, ni yanquis, ni OTAN, ni aliados europeos, ni todo el armamento militar del mundo hayan podido acabar con el terrorismo talibán. Pues una parte de la respuesta está en un conocido cuento de esa zona que dice algo así: “si quieres acabar con un conflicto en un territorio, encarcela o haz desaparecer a todos los potenciales enemigos lo sean o no, pero eso sí, acompañados de un burro. De esta forma, conseguirás que lo importante sea preguntarse ¿qué ha pasado con el burro?. Nadie se preocupará por el pueblo. Ningún ocupante liberador se ha ocupado del pueblo afgano, ni del palestino, ni del pueblo sirio, ni de tantos otros.

La forma de proceder se repite una y otra vez, las fuerzas que ocupan generan regímenes franquicia para hacer negocio con los recursos de los ocupados y de paso, posicionarse estratégicamente para desde allí generar otros conflictos en el entorno. El resultado es que ganan los de siempre y mientras el mundo pregunta por el burro, siempre pierden y mueren los mismos.

Menos mal que no hay religión, ni siquiera opio, que al final acabe con la voluntad de un pueblo.