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El otro drama

    LA inmigración. Inmigración y drama, historias de vida, de esperanza y tragedia, a veces de suerte, la suerte de llegar, pero empezar de cero. Vemos y no queremos ver. Oímos y no queremos escuchar. El cinismo y el egoísmo propio hacen que miremos a un lado más cómodo y tal vez menos exigente, el de la indiferencia. La indiferencia frente al drama ajeno, frente al dolor, frente a las tragedias. A veces nos conmovemos, o siquiera, aparentamos conmo vernos pero frente al drama de la inmigración no cabe equidistancia. Tampoco debería albergarse silencio, el mismo que nos asoma al abismo, al acantilado de nuestra insolidaridad.

    No volvamos la cabeza, no lo hagamos frente al rostro golpeado de la pobreza, la miseria, la desnudez. Vidas truncadas ante la indiferencia de todos. De la soberbia de naciones ricas que miran con indiferencia el alma desgarrada de pueblos y sociedades condenadas a dictaduras, satrapías y oligarquías de poder que se reparten propiedades, recursos, riquezas, donde esas mismas naciones hace sus negocios. Europa y Occidente siguen naufragando en su crisis, de identidad, de valores, económica. Se habla de crear una comisaría de Inmigración. No nos importa nada ni nadie, salvo el yo, prisioneros de una oquedad inhumana y que nos asfixia como personas. La tragedia, el desgarro de cientos de personas que mueren en las costas de la Europa del sur, pero Europa rica, no nos quiebran ni rasgan el alma, ni siquiera la conciencia. Es el drama de la pobreza, pero es el drama de una desoladora Europa. Un mar lleno de cadáveres. Una barcaza o patera con cientos y cientos de vidas que anhelan, que aguardan, que esperan una oportunidad en medio de muchas zozobras.

    ¿Qué hacemos por los países pobres de África? ¿Qué estamos haciendo allí? No queremos ver, somos fantasmas sin voz, ni conciencia, ni alma, ni fuerza, ni coraje. Porque la indiferencia nos ahoga también, nos hace naufragar como sociedad, como pueblo, como padres. ¿Qué tenemos que enseñar a nuestros hijos? Dolor ajeno, dolor humano, tragedia sin límites. La misma historia, historia que no es apenas noticia. Es cruel, como el tenue hilo que separa la vida de la muerte. Así es la mar, caprichosa incluso para escoger a sus víctimas. Abrazados con la espuma de las olas, bajo el rugido áspero y seco rompiente de la mar. Teñida nuevamente de negro. Los que mueren, los que no llegan, los que lo hacen en precarias condiciones, los que son golpeados y apaleados en la frontera. No parece que nos importe. No sentimos, no compartimos, no nos duele lo ajeno, apenas ni siquiera lo próximo y familiar. Somos pétreas figuras de rigidez e insensibilidad. Nuestro mundo se circunscribe a nuestro único interés. No importa el otro, lo distante. Nada nos afecta. Reflexionemos.

    Miles de inmigrantes han llegado en el último año y medio. Vimos el dolor de una madre que perdió a su bebé en alta mar. Vimos las llamas hace unas semanas de dos barcazas que se incendiaron. Vemos los muelles, los autobuses, los gritos desesperados. Vemos y no queremos ver.

    14 sep 2022 / 01:00
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