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El Pórtico de la Gloria

El 30 de abril pude, por fin, visitar el Pórtico de la Gloria restaurado. No sé muy bien si me esperaba algo más, después de tantas alabanzas como le dispensaron los entendidos en la materia. Ahora bien, sería imperdonable por mi parte no dejar constancia de unas circunstancias que han podido influir en mi apreciación y que prefiero reservarme para el final. Ustedes juzgarán.

Comenzaré dejando claro que, en cualquier caso, la obra del Pórtico siempre sorprende. “Estarán vivos? ¿Serán de pedra?”, canta Rosalía de Castro en el libro II de Follas Novas. Para nuestra poeta, los personajes allí presentes son tan reales que hasta le llegan a imponer miedo. Lo cierto es que, en contra de lo que podría pensarse y después de lo mucho que se lleva escrito sobre ellos, sobre este majestuoso conjunto escultórico, todavía persisten numerosas incógnitas.

Por ejemplo, no sabemos el año en el que comenzó su construcción, si bien estamos seguros de que su autor fue el Maestro Mateo, ya que disponemos de ese dato en relación con la colocación de sus dinteles, que tuvo lugar el 1 de abril del año 1188, en los que figura una inscripción en la que consta el nombre de quien dirigió la obra “desde los cimientos”. Añadamos que si no sabemos de sus inicios, lo cierto es que tampoco conocemos cuándo se finalizó.

Durante siglos el Pórtico estuvo abierto a la plaza, hasta que se juzgó conveniente el cerrarlo, a principios del siglo XVI. La espléndida fachada barroca que lo recubre por completo se debe a Casas y Novoa y fue construida en los años de 1738 a 1750. En definitiva la fachada del Obradoiro destruyó toda la parte exterior del Pórtico. Aun así, nos preguntamos con el historiador del arte y arqueólogo, Ángel del Castillo López, ¿puede asegurarse que lo qué del Pórtico nos queda se conserva tal y como su autor lo concibió? Pues parece que no, que la obra está incompleta, ya que los arcos laterales que hoy carecen de tímpano, originalmente lo tuvieron.

Por lo que se refiere a la valoración e interpretación de la obra, se han ido produciendo apreciaciones y juicios muy diversos, sin que se hayan llegado a conclusiones definitivas, por lo menos todavía, salvo en lo de que se trata de una obra excepcional. Puestos a resaltar una figura que haya contribuido de forma muy importante a su enaltecimiento y divulgación a nivel internacional nos quedaríamos con la de un famoso arquitecto inglés, George Edmund Street, quien llegó a asegurar que “constituye una de las mayores glorias del arte cristiano”. Otro hito importante fue el de su vaciado, llevado a cabo en el año 1866, a propuesta del reconocido experto en arte John Charles Robinson, para el South Kensington Museum, nombre que recibió hasta 1899 el Victoria & Albert Museum londinense.

De las antiguas pinturas con que el Pórtico primitivamente se decoró y las filacterias de sus figuras que se ilustraron con oportunos y explicativos textos, nada o muy poco se conserva; las que parecen más antiguas son las de algunos textos del tímpano, como el del Evangelista San Juan, de últimos del siglo XV a principios del XVI; el resto de las que hoy conserva, de acuerdo al ya citado Ángel del Castillo, superpuestas, sin duda, a las anteriores, deben ser del pintor flamenco Crispín de Evelino, que por 130 ducados pintó y encarnó las caras, pies y manos de todas estas figuras en el año 1651.

Las intervenciones posteriores, dos en el siglo XIX, fueron puntuales a nivel de algunas zonas. Lo cierto es que la acertada restauración actual vino a dotar a la perdida y encantadora tonalidad que decían adornaba a las figuras de una nueva “iluminación”.

Una última pregunta. ¿Quién fue Mateo? ¿Dónde nació o de dónde vino? ¿Dónde se formó como artista? Hay motivos para suponerlo natural de Galicia y heredero de la tradición artística galaica, pero también eso no deja de ser una suposición, otra más en relación con todo lo que rodea al conjunto escultórico.

Termino con lo prometido. Cuando en la fecha ya indicada visité el monumento restaurado, me encontré con una inflexible funcionaria que no me quitó ojo. Al entrar me dijo que no se podían hacer fotos. Lo normal es que tal advertencia se refiera a las cámaras y eso es lo que he visto habitualmente por el mundo adelante, ya que dicen que la luz del flash puede afectar a las obras. Tan pronto como me vio con el teléfono desplegado me hizo saber que ni se me ocurriera hacer una fotografía o me tendría que poner de patitas en la calle. Lo dijo bien clarito, en voz bien alta, para que lo oyera todo el mundo. Quizás hasta me puse colorado, quizás hasta se me pudo ver con más color que a los propios restaurados. Salí de allí avergonzado.

Ha pasado el tiempo y todavía me pregunto: ¿Por qué razón a mí, que soy de Santiago, que algo de ese Pórtico me pertenece, me prohíben hacer una foto de recuerdo con mi móvil? ¿Qué daño se deriva para el monumento con mi acto? ¿A quién beneficia la prohibición? Conclusión: si lo sé, no hubiera ido.

Y ya puestos, casi me interesaría más conocer qué hay detrás de tal prohibición que ver los coloretes en la cara de los que componen ese Pórtico, a los que, por cierto, tantas veces he visitado.

17 ago 2021 / 01:01
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