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El sentido de la Navidad

    A pesar de que ya han pasado muchos años, y de todas la vicisitudes y experiencias que he ido acumulando a lo largo de mi vida, nada ha opacado el recuerdo, la emoción y la felicidad que tenía siendo niño, cuando mis abuelos maternos, Joaquín y Fernanda, llegaban a nuestra casa para la cena de Nochebuena y los dos frente al Belén maravilloso que montaba, y que sigue montando mi madre todos los años, se ponían junto a mis hermanas, a mis primos Javi y Fernan, que vivían en la puerta de enfrente de la escalera, y a mi, a cantar villancicos. “Por el camino que llega a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió, los pastorcillos quieren ver a su rey....”. Recuerdo perfectamente cómo miraba a mis abuelos, con la alegría de que un año más estaban ahí con nosotros, vivos, sanos... por la consciencia que ya tenía sobre la muerte , a pesar de que yo era muy, muy pequeño, de que un día, un año, ya podrían faltar . Afortunadamente, ese ritual nochebuenero se siguió repitiendo muchos años más, ya que mi abuela Fernanda, que fue la primera en irse, lo hizo teniendo yo ya ventipico años. Cuándo faltó, ya nada volvió a ser igual.

    Ese año no hubo Belén, ni árbol... ni alegría porque todos estábamos, empezando por mi madre sumidos en el duelo y la tristeza lógicas de cuando se va alguien tan importante en una familia. Siendo además, que era, la primera muerte que vivíamos en el núcleo familiar. Pasaron algunos años y el ritual volvió a darse, ya solo con mi abuelo, con el recuerdo presente y permanente en toda la familia de mi abuela obviamente, pero con paz en el corazón. Después falleció mi abuelo, y aunque la muerte, ya no nos pilló por sorpresa, en el sentido de que ya “sabíamos” lo que era, había tristeza y duelo pero no se repitió el esquema de no Belén, no árbol, no canciones, porque se daba la circunstancia de que ya teníamos una niña en la familia, que a pesar de contar con edad suficiente para darse cuenta de la situación, tenía derecho a vivir la misma fiesta, la misma alegría, la misma ilusión por la Navidad que habíamos tenido su madre, sus tías y yo cuando teníamos su edad.

    Después siguieron llegando niños a la familia y duelos por distintas pérdidas, como la de mi padre, pero ya siempre tuvimos claro que aunque con nuestras penas y cavilaciones de adultos, por las que en algunos momentos no estábamos para fiestas, no podíamos arrebatarles a los sucesivos niños que han ido incorporándose a la familia, la alegría de vivir la misma preciosa, mágica, entrañable y familiar Navidad que nosotros habíamos vivido siendo niños.

    Desgraciadamente, cada vez hay más adultos que por sus descreencias religiosas, u olvidándose de lo que ellos vivieron, cometen tristemente el error, al privar a los miembros más pequeños de sus manadas, de vivir y hacerles vivir a sus vástagos algo único y que sin duda llevarían en su memoria y en su corazón para el resto de sus vidas. Y deberían pensar, aquí no puedo incluirme puesto que yo ya lo hago, que aunque no tengan creencias religiosas cristianas o de ningún otro tipo, la celebración de la Navidad, tal y como la hemos disfrutado tradicionalmente durante muchos años, forma parte de nuestra identidad cultural, y aporta una serie mensajes, de valores, de emociones que sólo pueden dejar un poso de armonía, de dulzura, de sentimientos, que realmente son un regalo para nuestros niños.

    Cuando despojamos a la Navidad de su sentido místico, trascendente, la convertimos únicamente en un periodo vacacional, pero con frío. Y no hablo solo de frío en un sentido climatológico, sino un frío mucho más severo y más dañino, que es el que se produce cuando matamos las historias mágicas que permiten a los más pequeños soñar, crear y creer, imaginar, y sentir... Somos tan estúpidos que somos capaces de asimilar fechas, historias y tradiciones de otras culturas como Black Friday, Sunday morning, Pink saturday, Necius wednesday, Crazy april, Monkey thursday, (me he inventado todas menos la primera, pero al tiempo), y sin embargo despreciamos algo tan mágico y maravilloso como lo que implica la historia de el nacimiento de Jesús, de María, de José, de los pastores, de los Reyes Magos... Una historia que da igual si se es creyente o no, para poder sacarle grandes enseñanzas y valores, y crear una atmósfera de paz, de alegría, de conexión, de solidaridad, de familia... durante unos días para que los niños no se pierdan esa oportunidad de llenar sus mochilas de emociones únicas, que solo puede dar la Navidad, celebrada de una forma tradicional.

    Negarlo convierte a estas fechas en unas vacías y vacuas vacaciones consumistas sin sentido, fondo ni trascendencia para nuestros niños. Por todo esto quiero compartir mi idea de que los adultos tenemos el deber de hacer que nuestros hijos, sobrinos, nietos... vivan como mínimo, la misma Navidad que nosotros disfrutamos. Los que no tuvieron, por sus circunstancias vitales, la oportunidad de hacerlo, tienen entonces ahora la ocasión de vivirlo a través de los ojos y las sonrisas de sus niños. Y si no hay niños en la casa, os prometo que merece la pena el esfuerzo de rescatar a nuestro niño interior y tratar de repetir momentos vividos cuando éramos pequeños, pararse frente al Belén y cantar villancicos... y que nuestra voz les llegue al cielo a todos nuestros seres queridos que ya no están. Ellos, nos darán la fuerza para hacerlo! Ayer comí con mi amiga Beatriz, y me dijo que desde que faltó su padre, ya no le hace ilusión la Navidad.

    26 dic 2022 / 01:00
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